Lord Petit Maître
Capítulo I
Los "diablitos"
De la llegada de nuestro héroe a la ciudad de Tontovideo, sus exposiciones y diatribas a propósito de la cultura, un encuentro muy peculiar y otras cosas que allí hubiéronle acaecido.
¿Y esta gente quién es? Digo. No es que me importe ni me incumba, yo justo pasaba y me paré a mirar (con una mano en la cintura, la otra apoyada en mi bastón, para tratar de creerme realmente lo que veía), pero parece que es cierto, no más. ¡Qué la tiró que hay gente que tiene ganas de perder mal y rápido el tiempo! ¡Una revista, muy fuerte!
¡Y usted! (Sí, el que lee), ¿sabe quiénes son estos? ¿Puede confiar en la naturaleza de su juicio? Yo, c'est clair, no y no. Es decir, a las dos preguntas no. Porque, ¿quién lee hoy? A ver, que alguien me diga.
Excepto usted, que está leyendo esto justo ahora y, ¿quiere que le diga algo? ¡Pierde el tiempo! Hoy que justo es crucial ser práctico, ser resolutivo, aparece esta gente con este novedoso invento que proviene de hace casi 4 siglos y que es de uno de mis países de origen. ¿A mí me van a venir a explicar lo que es una revista, un folletín, un periódico? Pero por favor…y encima con ese nombre, ¡ja, ja! Si sólo supieran el rubor que acude a mis blancos cachetes por vergüenza ajena. No los de mi rostro, claro está.
Hay que ascender a jefe de marketing al que se le ocurrió ese nombre… “creativos” les dicen ustedes, creo, ahí en el homeoffice y el coworking que hacen allá, en la soledad absoluta de las empresas para las que trabajan, porque estoy seguro que ninguno de estos vive del arte y menos de una revistita, y deben tener doble vida como Batman, para poder hacer lo que les gusta y comer al mismo tiempo. En fin, creo que van a durar menos que flatulencia en canasta. Y ojalá, ¡porque tengo poco tiempo! En serio, tengo muy poco tiempo. Justo pasaba y dije, “bueno, ¿qué pasó acá?”.
Pero bueno, allá ellos, ¿no, estimado lector? El sillón más cómodo es el que ahora mismo ocupa usted, que aguanta compasivamente sus rubicundas nalgas. No se ofenda por lo que le digo, ¡porque esa es mi silla también! Y lo que quiero decir, por si usted no ve por dónde viene la mano, es que nosotros, por esa misma cualidad, ¡podemos criticarles lo que sea! Porque estamos acá para juzgar sin sufrir censura alguna, para entreverar, para putear, para patear en el piso. Lo hacemos en los cumpleaños aburridos de la abuela, lo hacemos con el almacenero de la esquina, y ahora usted lector contemporáneo también lo hace en el falsebook y en el finginstagram, ¿por qué no acá también? ¿Cómo es que le dicen ustedes? Ah, ¡haters! Pero déjeme que le voy a decir una cosa, ese es el sillón de la libertad de opinión. Y acá va a tener para opinar y putear de lo lindo, ¡ja ja! Pero, en fin, ya me voy porque justo pasaba; se me hace imposible estar quieto. Por eso, salgo a caminar por la ciudad. Me meto en cualquier lado y saludo a cualquiera. Mucha gente conoce a Lord Petit Maître, y si no es así, los invito a conversar y a conocerme, como estoy haciendo ahora con ustedes.
Justo el otro día anduve paseando por la Feria de Tristán Narvaja. Compré unos libritos porque estoy interesado en atisbar qué sucede con la escena cultural uruguaya y a los autores contemporáneos que pretenden vivir de ella, porque si algo es claro es que los escritores sólo son almitas que buscan con desesperación ser notados, validar su presencia en el mundo. Mire a estos pobres desgraciaditos que sacan esta revista, tuvieron que juntarse para agarrar coraje, porque si no son muchos, les da más vergüenza. En fin, ya me voy porque realmente tengo muy poco tiempo. Y ustedes, si aprecian su tiempo, tampoco lo perderán en esto. Pero ya me conocen, estoy oficialmente presentado. Lord Petit Maître, a su servicio. Pueden encontrarme almorzando en La Criollita, o teniendo mi merienda diaria en Cala Di Volpe, donde a veces toco el piano, pero también en muchos lugares multitudinarios o eventos masivos; me gusta hablar con gente destacada del ambiente, que me conozcan, codearme con ellos. Entendámonos, la categoría de “intelectuales”, si existe hoy, está totalmente devaluada. Porque la devaluación no es sólo económica, muchachos (a los de la revista les hablo). Hoy la gente quiere otra cosa, héroes de otro tipo; más interesantes, más entretenidos.
¿Cuál es su sobresalto, Barro? ¡Esta es la era del plástico y la pavada, queridos amigos! Es la era de la inteligencia artifecal, no de revistitas. Es el tiempo en el que si vuestra merced consigue alguien que piense y haga por usted, ¡bien! ¡Es lo mejor que puede hacer! Así, cuando deje de respirar, su familia puede donar su cerebro intacto e incólume a los tristes monos de los laboratorios que necesitan con urgencia un cerebro tan desarrollado como el de ellos. O mejor, ¡haga una obra de bien aún mayor! Puede dárselo a alguno de los pobres chiquilllos deshauciados que creen que se ven tan sofisticados e inteligentes haciendo “willys” por las calles montevideanas, con esos caños de escape mejorados que hacen que todos anden caminando practicando distintas velocidades para taparse los oídos. Si el uruguayo promedio no nace con el tímpano reventado, se le termina de reventar a los tres o cuatro meses, cuando sus progenitores lo lleven al Rosedal del Prado o a la Rambla. Cuántos transeúntes habrán deseado con ganas que uno de esos imberbes acróbatas de la urbe toquen el suelo con delicia, casi con delicadeza, sin incluirme, claro. No podría desearle el mal a otro ser y abogo por la convivencia y la tolerancia. Pero volviendo a lo que decía antes, no lo toméis a mal, su excelcísima bajeza. Siempre que recuerde cepillarse los dientes o trancar la puerta al salir, quiere decir que su cerebro está funcionando en óptimas condiciones. Pero tampoco conviene sobreexigirlo.
Por otro lado, al llegar a la ciudad tuve la desdicha de encontrarme con uno de estos desgraciaditos que, luego lo supe, pretende hacer una revista con un nombre tan interesante como comer papa hervida. El pobre diablo estaba sentado en la vereda de la Facultad de Humanidades dibujando el logo de tal proyecto en una cuadernola desairada con la función que le estaba siendo otorgada. Le pregunté qué era aquello; buenamente y como pudo me explicó para qué era eso y no pude evitar pensar en la fortuna que tienen los competidores de este muchachito. Todos sus compañeritos de estudio, de trabajo, si es que trabaja, de deporte o de lo que sea. Tienen una ventaja inmensa ya desde el comienzo porque este muchacho viene con un retraso bastante adelantado, si entiende la comicidad "oximorónica" de esa sentencia. Así y todo, siendo aparentemente el espermatozoide más rápido de la carrera, se levantó y me preguntó si yo escribía.
—Claro que escribo— mentí —¿qué cree que soy un simio?
Entonces el muchacho sacó un escrito y me leyó un fragmento, que se anemizaba, perdón, quise decir se amenizaba a cada palabra. Entonces, resoplando, tuve que ofrecerme a escribir para que al menos esta revistita tenga algo decente que publicar. Es por eso que he decidido publicar en esta revista mis "diablitos", que son escritos bastante ácidos; son noticias medio satíricas, medio utópicas, que escribo entre los huecos que la vida de aristócrata deja. Me alegran los días y me rellenan el tiempo y los recito como un rapsoda para deleite de damas, más que nada. ¡Ah, cómo se mueven hacia arriba y hacia abajo esos suaves vientres cuando yo los presento! Aunque siempre por dentro me sienta un poco ridículo. Ya ni pienso en eso casi. Por eso, porque no tengo vergüenza querido lector, publicaré en esta revista mis "diablitos".
Pero la cuestión redundó en que aquel muchacho me invitó a entrar a aquel recinto y fue así que decidí colocar mi agraciada figura tras el umbral. Muchas personas me vieron deambular, deslizando cuidadosamente mi bastón para que roce el suelo e incluso un señor alto, de ojos más separados de lo habitual, con pinta de académico momificado —llevaba boina, golilla, y una barba sin forma— me paró y me preguntó algo que no supe responder. Enseguida se giró sin decir otra palabra y me dejó hablando solo. El pobre muchacho tampoco supo bien qué hacer porque el tipo simplemente le murmuró “qué haces, pibe” antes de borrarse. Pensé en preguntarle si lo conocía pero no quise perder el tiempo.
Después pasamos por algunos salones y en uno de ellos había varias personas; dos de ellas discutiendo acaloradamente. En determinado momento, uno se abalanzó sobre otro y el tumulto nos rodeó. El “pibe” me sacó de allí, diciendo que había concurso por cargos, por eso el lío.
Luego de eso y de seguir examinando los rostros entristecidos de aquel buen lugar, de la gente que atendía tras un mostrador con más ganas de matar a alguien de aburrimiento que de hacer su trabajo —el pibe me explicó que era la “bedelía”—, de la cantidad disparatada de carteles pegados hasta en los tocadores, me di cuenta del mal que aqueja a esa morada pública de cultura y discernimiento: primero que nada, el anquilosamiento. He olido la rigidez y el dogmatismo desde el minuto que entré allí. Segundo, hacer política de intrigas y bajezas; la politiquería en definitiva, que es la política de la boca para fuera. Y se sabe hace rato ya que la gente llora porque tiene ojos y habla porque tiene boca.
Como conclusión a todo, le sentí lástima al pibe, así que colaboraré con él porque me conmovió su vergüenza y su sueño. Ya veremos. En fin, ¡cuídate, lector! Y trata, en la medida que puedas, de no salirte de ese sillón porque pueden pegarte a ti también. Hasta pronto, querídisimo lector, au revoir, adieu, mon semblable, mon frère!
