Una tarde en el Capurro
(1915)
Por Mario Martínez (nieto)
[Una pregunta viene desde lejos: ¿No se siente, acaso, al recordarla, como un lejano aire romántico de vals? ]
Se reflejan zapatos de charol, un ligero tul roza mi rostro y, de un sopapo, el padre endereza a su travieso hijo. Es domingo, de fondo la banda del maestro Lanza ejecuta una triste melodía. De golpe danzo con una muchacha que desliza sus pies dulcemente. Patinamos por el Skating Capurro entre caprichosas curvas y me señala la luminaria de la glorieta que resplandece con el sol. Sonríe, me suelta y se aleja a la baranda.
A mi lado, unos jóvenes, entre risotadas y malhumores fingidos, se entretienen tomados de la mano. Hablan entre ellos. Escucho: mejor un film en el Doré… Sí, ya vi a los Podestá en el teatro de dieciocho... no es moderno… el biógrafo, mejor… Imagino que luego tendrán una noche despreocupada, con un vigoroso Kola o un pálido San Martín, en el Tupí Nambá.
En un claro, un gentleman exhibe sus destrezas en el sport, una leve inclinación y alterna sus pies. En curiosa simetría su imagen se duplica en otro que danza, decidido a arrancarle un suspiro a las señoritas o, mejor, un esperanzado dragoneo.
Atisbo el bosque alrededor. Más allá: lo impronunciable.
Un sombrero se desploma en mis pies. Me agacho. Sírvase, aquí lo tiene. Me invade un frío de melancolía y el gorjeo áspero de nicotina de un vendedor. EL SIGLO, EL DÍA, REVISTAS, SEÑORA, SEÑOR. Unos pasos se asoman: ¡Deme una diariero, a ver si nos siguen llenando de impuestos!
Escucho voces felices de paletots arena, negro, mordoré. Las alas caídas de un sombrero cloche y su estéril flor. El envolvente aroma de Phryne se desprende de las blancas mejillas de bulliciosas mujeres. Sin pausa, se aferran al vigor del tiempo y me ven pasar. Algo comentan sobre mí: ¿Quién es el cronista? ¿Qué registra con su lápiz y bloc? Puede que vuelvan a sus casas y se apronten para asistir a alguna función en el Biógrafo Apolo. O, quizás, para disgusto de las matronas, jugarán al poker o en un salón bailarán un precipitado “rig-time” o un grotesco “fox-trot”.
Las olvido con el destello estridente de la múltiple luminaria de la glorieta. El humo a tabaco se acumula contra la baranda. Se empujan levitones en ratina azul y lustrados zapatos de Spera. Un Lincoln Bennet se agita en el aire. ¡Vení! ¡Vení! Me acerco. Me convida con tabaco. Observa con sospecha mientras fumo. ¿Qué estás anotando?... ¡El parque! ¡Sus latidos!
A escasos metros una señorita me llama. ¡Ey! ¡Llévame a dar una vuelta! ¿Cómo negarme? Guardo mis notas y la traigo entre mis dedos. Patina conmigo. La siento en la palma de mi mano, girando, girando. Vueltas y vueltas y vueltas y vueltas que la elevan alto. Solo risas y nostalgias se concentran en la glorieta, notas musicales de otro tiempo.
Su voz fue lo último: ¿Puedo irme contigo?
Mi susurro: No pretendo llevarte. Solo busco refugio en los efluvios de lo eterno.
.png)
.png)
.png)
.png)

Postales Aquel Montevideo Nº7, IMM, Servicio de publicaciones y prensa.
