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Sobre una revista literaria olvidada:
El caso de El Iris (1864-1865)

Por Rodrigo Luaces

 

Introducción

     Hoy en día, para crear una revista literaria digital hay distintas opciones. La suscripción económica, de tan solo U$S 9 por mes, permite publicar el sitio, acceder a algunas herramientas de diseño y no mucho más. Uno puede jugársela, pagar U$S 27 y tener varias funcionalidades que, a la corta o a la larga, las precisará. Incluso hay más caras, que por poco prometen obligar a la gente a leer los textos. Antes de decidir la suscripción, uno arma el diseño de la marca (identidad visual, ilustraciones), decide las secciones, junta los textos de los colaboradores y los edita. Luego, paga la suscripción y sube los textos al sitio. Antes y después, claro, debe publicitarla en las redes sociales y, si puede, conseguir algún sponsor o pedirle plata al Estado. Después vienen las repercusiones de los textos, su resonancia, las discusiones con otros… (¿Hay discusiones?). 

     En 1864 la cosa era distinta. Un establecimiento, imprenta, herramientas, papel, tinta, tipógrafos, imprenteros eran imprescindibles para tirar un diario, un libro, una revista. Esto precisó El Iris para existir, revista literaria montevideana de corta duración, tan solo veinte números se tiraron entre 1864 y 1865. Lo ideó y elaboró Agustín de Vedia, buscando la colaboración de  “todas las intelijencias [sic] literarias”, que permitirían formar el “iris literario” que le daría impulso a las ideas del progreso material y moral en el país (1). En este artículo se busca rescatar a este olvidado “periódico quincenal de literatura”, conocer su proyecto, sus publicaciones y discusiones, su levante y ocaso.

Contexto/producción

     El Iris apareció en Montevideo el 15 de abril de 1864, en medio del asedio de las tropas del caudillo colorado Venancio Flores, que desde hacía casi un año se encontraba en territorio oriental y se acercaba amenazante a la ciudad. La revista, que salía en tamaño 8º y constaba de dieciséis páginas, podía adquirirse solamente mediante una suscripción de un “peso moneda nacional por mes” en la imprenta donde se tiraba o en la Librería Nueva de Lastarria (2), sin la posibilidad de comprar números sueltos. Su director, Agustín de Vedia, de 21 años, blanco y principista, había decidido publicar un periódico de literatura en “una situación profundamente escepcional [sic] y cuando las olas tumultuosas de la guerra azotan el edificio social” (3). Lo pudo llevar a cabo gracias a la ayuda de Adolfo Vaillant, gerente del establecimiento de El Siglo —diario que Bernardo Prudencio Berro había clausurado en agosto de 1863— y su imprenta tipográfica a vapor, ubicada en el Nº 41 de la calle De las cámaras, actual Juan Carlos Gomez. Esta maquinaria, de notable trascendencia en los años posteriores, permitía, según el propio de Vedia, “suministrar veinte mil tiros de prensa, formato mayor, en el breve término de diez horas!” —sería en términos de hoy una “suscripción business elite”— (4). 

     En el primer número de El Iris, de Vedia especifica las obras que esta potente imprenta había impreso hasta el momento: textos estadísticos, almanaques, calendario masónico, textos de aritmética de Roldós y Pons, La vida de Jesús de Ernest Renan y conferencias sobre derecho natural. En poco tiempo, avisa de Vedia, aparecerán Brisas del Plata, de Magariños Cervantes, y un “pequeño libro” de Gregorio Pérez Gomar. En relación con la historia de la imprenta, varias semanas después, de Vedia traducirá y publicará un bosquejo biográfico de “Juan Gensfleish Guttemberg”, escrito por Alphonse de Lamartine y separado en tres números sucesivos (15, 16 y 17). En breve nota explicativa de su inclusión, de Vedia manifiesta su deseo de que los jóvenes conozcan al “hombre á quien más debe la educación progresiva, que un día les hará ingresar en los rangos de ciudadanos dignos” (5). Ser ciudadano digno implicaba ilustrarse y, con ello, participar de la cosa pública. Era imprescindible, por lo tanto, la imprenta, que permitía la difusión de textos (prensa, revistas literarias, obras) a un precio accesible. 

     Para su director el sintagma preposicional “de literatura” que acompaña al título del periódico tomaba su “lato y verdadero sentido”, en tanto se incluía no solo la “parte poética”, sino también “la científica, de derecho, histórica y biográfica” (6). La literatura, así entendida, podía impulsar el progreso y la civilización. Había una convicción profunda en esto y en la creencia de que era un “poderoso medio de extinguir el incendio amenazador”, que venía de las eternas disputas políticas (7). Se publicarán en el periódico textos de todo tipo, entre los que destacamos: fragmentos traducidos de Los Miserables y la biografía de William Shakespeare, de Víctor Hugo; La hostería del ángel guardían, de la Condesa de Ségur, traducida por Agustín de Vedia y dedicada a su hermana Teresa, separado en sus veinte números; notas sobre “tipos populares” (como el gaucho) y una de Adolfo Vaillant sobre la formación, en germen todavía, de un teatro verdaderamente “oriental”, que podía verse en los “Títeres de la Plaza de la Constitución”; textos poéticos y dramáticos; breves notas para lectoras femeninas, entre otros. También se imponían y, a veces, ocupaban la mayor parte del periódico, trabajos de Derecho de Gregorio Pérez Gomar y textos históricos de Carlos Anaya.

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Los principistas

     Alejandro Magariños Cervantes dará el fundamento filosófico del proyecto de El Iris en un artículo publicado originalmente en París en diciembre de 1853, y que la revista reproduce en los números 1 y 2. El autor de Caramurú explicará que la “Ley del progreso” es un “principio divino, inmortal —iris de alianza entre el hacedor y su criatura—” (8). El hombre camina indefinidamente a la perfectibilidad y al progreso gracias a la “Ley moral” según la concepción kantiana. El pensamiento de Magariños Cervantes, junto con las nociones filosóficas espiritualistas impartidas en la Universidad de Montevideo por Plácido Ellauri, formó a quienes participaban de El Iris, como de Vedia y Gregorio Pérez Gomar, integrantes de los llamados “principistas del 70’”. Aparte de los ya mencionados, el principismo se conformó por José Pedro Ramirez, Carlos María Ramírez, José Pedro Varela, Carlos de Castro, Dermidio de María, entre otros. Todos, a excepción de de Vedia, provenían del partido colorado, pero buscaban diferenciarse de la vieja corriente caudillista. Arturo Ardao (2008) señala que el principismo uruguayo no hubiera sido posible sin la filosofía espiritualista, “sin su absolutismo ético, basado a priori en la metafísica de Dios y el libre albedrío, que confería un imperioso sentido trascendente a la personalidad humana” (9). Aparte del fondo filosófico espiritualista, y debido a sus lecturas del pensamiento racionalista francés, los principistas fueron liberales en economía y política, a lo que se sumaba su anticlericalismo. La prensa fue su centro gravitacional. Empezaban a aparecer en medios como El Siglo u otro órgano de difusión literaria como lo fue la Revista Literaria (dirigida por José Pedro Varela) (10).

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Ideas/discusión

     El fondo filosófico de El Iris chocaba con el dogmatismo católico. Posiblemente esta fricción generó la aparición del “periódico religioso, literario, científico y noticioso” El Católico, impreso en la imprenta del Progreso pocos días después del primer número de El Iris, el 24 de abril de 1864. En su segundo número, El Iris devuelve el saludo hecho por aquel, como era corriente entre las publicaciones periódicas, y observa que “un periódico que llama á sí la colaboración de todas las intelijencias, no puede pretender encerrarlas en los límites de una sola idea” (11). Días después, El Católico apunta y tira contra el establecimiento de la Imprenta tipográfica a vapor, acusando el incumplimiento de la promesa de la publicación del “Sistema métrico decimal” desde “hace cerca de tres meses” (12). Ante el cuestionamiento del articulista de El Católico, de Vedia defiende la producción de la imprenta tipográfica á vapor y lo interroga: “¿Sabe que se trata de ediciones en número de doce mil ejemplares? ¿Cree que la impresión de esas obras equivale a la impresión de un número de El Católico?” (13). Como se ve, justifica la tardanza por la empresa que implica, por el tamaño de la publicación, que será de 262 páginas, y el tiraje. El ida y vuelta termina con un personaje, “Juan Copete”, en El Católico, burlándose de que los “15 o 20 días a más tardar” que había prometido Vaillant corresponden a “un sistema nuevo, en que la tierra ejecutará su movimiento de relación con la calma conveniente a su vetustez” (14). 

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     Entre los dos periódicos se dan también discusiones que atañen a la Universidad de Montevideo, y de fondo se vinculan con cambios en las concepciones filosóficas. Seguramente motivados por distintas notas de de Vedia, el 12 de junio, El Católico irónicamente “aplaude” la elección del “Sr. D. Agustin de Vedia para desempeñar el cargo de Bedel General de la Universidad” (15). Desde El Iris no se responde a esta ironía, que muestra a de Vedia como un “subalterno” de la Universidad de Montevideo. De hecho ser “bedel general” implica dedicarse al mantenimiento del orden fuera de las aulas, como la seguridad u otras tareas auxiliares. Justamente promover a académicos como Gregorio Pérez Gomar y difundir sus escritos “fuera de las aulas” es lo que hacía de Vedia en El Iris, en artículos como “Causas de los delitos”, en el que critica la falta de respuesta del Ministerio del Dr. Eduardo Acevedo a un informe que, desde la Universidad, había elevado Pérez Gomar (16). Más allá de la burla, en el fondo hay un conflicto de poder que viene de años anteriores y la universidad aparece como centro. Fundada en 1849, el primer rector de la Universidad había sido el sacerdote Lorenzo Fernández, jefe de la iglesia uruguaya, y una de las facultades fue de Teología. No obstante, según Arturo Ardao, lentamente se fue operando un cambio que “condujo a buena parte del pensamiento nacional —por primera vez en su historia— a la ruptura con la tradición católica” (17). El Iris fue un órgano de difusión de ese pensamiento nacional que rompía con el catolicismo, que tuvo como reacción la publicación de El Católico de parte de los devotos religiosos contra el espiritualismo principista. Esta ruptura se manifestó, como se vio, en la revista, por medio de una humorada que bien podría pasar desapercibida, pero evidencia esas luchas de poder.

​​​​Crítica literaria

     Amén de ser director, traductor, difusor de ideas, Agustín de Vedia desplegó en El Iris su crítica literaria, lejos de la benevolencia que puede verse hoy, detectando incoherencias, vaguedades o anacronismos, sin desmedro del elogio cuando correspondía. En el Nº 3, aparece un poema de “R. G.”, titulado “Las dos vidas”, de 1862 (18). Hacia el final del mismo número, con el título “poesía”, de Vedia esboza una breve crítica del poema, destacando la inteligencia del autor, pero invitándolo a elegir “para templar su lira otros temas que los temas gastados del amor, de los desengaños, de la indiferencia” (19). Para de Vedia otros son los horizontes a los que debe cantarle el poeta, a saber, la patria, la libertad y el progreso. En el número siguiente se publica una carta de respuesta del poeta —sin firma—, quien justifica sus cantos como el “natural desahogo de mi joven corazón” (20). De Vedia aprovecha la carta para realizar una serie de “reflexiones literarias” sobre los temas que trata aquel en su poesía, “esos cantos a la mujer que queman a la divinidad que adoran”, que son “la consecuencia de esas agitaciones que envuelven la cabeza

y el corazón, que no tienen verdadera traducción, mientras la razón no fecundiza la inteligencia, no vigoriza el pensamiento” (21). La verdadera inspiración, la verdadera poesía debe elevarse a los “horizontes de la filosofía, de la ciencia”, y el poeta debe inspirarse en las “impresiones” que “armonizan la fantasía con la lójica” (22). De Vedia destaca en el escenario poético del momento, entre otros, a dos poetas que, años después, tendrán una intensa y muy conocida polémica sobre el destino nacional y la universidad: un jovencísimo Carlos María Ramírez, por su poema “A mi hermano”, y Pedro José Varela, por “Meditaciones”, publicándose ambos en el Nº 14 (23).​​​​​

     La “metodología crítica”, para usar la expresión de Alberto Zum Felde, es la misma, solo que más dura, con Flores silvestres (1863), de Francisco Xavier de Acha. De Vedia critica que se conciba a la poesía como la mera “acumulación de palabras y de consonantes” sin la manifestación de la idea (24). En cuanto a la forma solo se detiene en el excesivo uso de sinónimos del sustantivo “sueño”, y luego el crítico pasa a razonar el poema y cuestiona la lógica del pensamiento que se expresa. Toma algunas ideas que de Acha busca, torpemente, articular, tales como la ilusión, la duda, el daño del alma, e identifica la falta de lógica que presenta su formulación poética. Para muestra basta un botón: tras leer el verso “Que amargais del alma el daño.”, se pregunta de Vedia: “¿Y qué entiende el poeta por amargar el daño del alma? ¿Puede admitirse que se amargue lo que es ya amargo por naturaleza?” (25). Para el director de El Iris, estas Flores silvestres son hijas de la irreflexión, el poeta desconoce la lógica que tienen las “grandes impresiones”, y el sentimiento no es verdadero, por lo que carece de “inspiración” (26). La poesía necesita de la reflexión, del acomodo de las palabras para la transmisión de la idea; en eso radica el buen gusto literario para de Vedia, que consideró a Adolfo Berro como la más notable y máxima expresión poética nacional, superior a todos (sin incluir a Francisco Acuña de Figueroa). Mientras Berro trazaba “la idea que le inspiraba, le dominaba y le envolvía”, de Acha “busca entre las líneas que traza la idea que ha de envolver” (27).

El ocaso

     El Iris no tuvo la vida que su director esperó en un principio. Una de las dificultades fue la escasa colaboración de las “intelijencias literarias”, sea por abocarse a otras tareas materiales o por las “malas” ideas que se podían verter en el periódico. De Vedia buscaba compromiso y convicción en esta “empresa” “estimando  los beneficios que más que al presente ha de dar en el porvenir” (28). Pablo Rocca señala que toda revista literaria “tiene una suerte de mirada bifocal: construye el presente y levanta la cabeza para tratar de ver el futuro” (29). El Iris buscó que las letras cambien el presente de las agotadoras contiendas políticas y se llegue a la ilustración de las masas. No logró evitar los enfrentamientos, que continuaron con el arribo de Venancio Flores al poder, el terrible desenlace con Bernardo Prudencio Berro y, 6 años después, la Revolución de las Lanzas. No obstante, sí fue un órgano de difusión de ideas. Se buscó que la literatura fuera “el oasis con que brinda al peregrino el desierto de la vida” (30). Esto se frustrará en enero de 1865, cuando en el número 20 de Vedia declare que se está en una época en la que la situación “es incompatible con la aparición de un periódico literario que nadie lee ni puede leer” (31). Cuando Venancio Flores tenía ya dominada la campaña y su llegada a la capital era inminente, el 31 de enero de 1865, salió el último número del primer tomo de El Iris. Luego, de Vedia se irá a Buenos Aires y el 20 de julio continuará con su proyecto, impreso, ahora, en la Sociedad Tipográfica Bonaerense (del cual sólo se tirarán dos números).

     Es ostensible el ímpetu con el que de Vedia armó y difundió su periódico quincenal de literatura en Montevideo. Habilitó un medio para que las “intelijencias literarias” dieran a conocer su pensamiento, sus creaciones: desde textos de historia y derecho, pasando por notas socioculturales, hasta textos dramáticos y poéticos e incluso traducciones. Tuvo una corta vida en Montevideo, tan solo veinte números, pero su estudio permite entender mejor una época en la que se discutió cómo debía (re)construirse el país tras el barro que iban dejando las sucesivas guerras civiles.

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Notas:

  1. El Iris, periódico quincenal de literatura. Montevideo. Imp. El Siglo. 15 de abril de 1864, 1º año, Nº 1, p. 1, col. 2. En todas las citas se mantuvo el vocabulario y la sintaxis del original.

  2. Sita en 25 de Mayo Nº 202.

  3. Ibíd. p. 1, col. 1.

  4. Ibíd. p. 15, col. 1.

  5. Ibíd. Nº 15, p. 227, col. 1.

  6. Ibíd. Nº 1, p. 1, col. 1.

  7. Ibíd. Nº 1, p. 2, col. 1.

  8. Ibíd. p. 4, col. 1.

  9. Ardao, Arturo (2008). Espiritualismo y positivismo en el Uruguay. Montevideo: Universidad de la República. pp. 40-41 [1950]

  10. Véase. Oddone, Juan Antonio (1956). Los principistas del 70. Montevideo: Universidad de la República; Rocca, Pablo (1994). “Literatura, periodismo y testimonio de los “«Principistas del 70»”, en Las otras letras. Literatura uruguaya del siglo XIX. Rosiello, Leonardo (Comp.). Montevideo: Editorial Graffitti.

  11. Ibíd. 30 de abril de 1864, Nº 2, p. 32, col. 1. La cursiva es nuestra.

  12. El Católico, periódico quincenal de literatura. Montevideo. Imp. Progreso. 1º de mayo de 1864, 1º Época, Nº 2, p.8 , col. 1.

  13. Óp. cit. 15 de mayo de 1864, Nº 3, p. 48, col. 1

  14. Óp. cit. 15 de mayo, Nº 4, p. 31, col. 2.

  15. Ibíd. 12 de junio, Nº 8, p. 64, col. 2. Según el Diccionario de la Real Academia Española, “bedel general” quien en un centro de enseñanza se encarga “de mantener el orden fuera de las aulas, además de otras funciones auxiliares”. https://www.rae.es/diccionario-estudiante/bedel

  16. Óp., Nº 4, p. 58, cols. 1-2.

  17. Óp. cit., pp. 41-42.

  18.  Óp. cit., Nº 3, p. 47, col. 2.

  19.  Ibíd. p. 48, col. 2.

  20.  Ibíd., Nº 4, p. 63, col. 2.

  21.  Ibíd. p. 63, col. 1.

  22.  Ibíd.

  23. Ibíd., Nº 14, p. 219, cols. 1-2. Pedro José Varela Berro cambia su nombre a José Pedro, seguramente para no generar confusiones con el expresidente uruguayo Pedro José Varela Olivera, en abril de 1865. Ver. El Siglo, Nº 193, viernes 7 de abril de 1865 (2º época, año 2), Imprenta tipográfica a vapor. Ver. Varela, J. P., Ramírez, C. M. (1965) El Destino Nacional y la Universidad. Polémica. 2 Tomos. Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social. Biblioteca “Artigas”. Col. Clásicos Uruguayos. Vols. 67 y 68. Montevideo.

  24. Ibíd. 15 de noviembre de 1864, Nº 5, p. 70, p. 2.

  25. Ibíd. p. 71, col. 1.

  26.  Ibíd.

  27.  Ibíd. 15 de julio de 1864, Nº 7, p. 109, col. 2.

  28.  Ibíd. 15 de noviembre de 1864, Nº 5, p. 80, col. 2.

  29. Rocca, Pablo (2004), “Por qué, para qué una revista. (Sobre su naturaleza y su función en el campo cultural latinoamericano)”, en Hispamérica, Maryland, University of Maryland, año XXXIII, Nº 99, diciembre 2004, págs. 3-19.

  30.  El Iris, periódico quincenal de literatura. Buenos Aires. Imp. Sociedad Tipográfica Bonaerense. 20 de julio de 1865, 2º año, Nº 21, p. 1, col. 2.

  31. Óp. cit. 31 de enero de 1865, Año II, Nº 20, p. 322, col. 1.

Todas las imágenes fueron extraídas de los números de El Iris que publicó https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/. 

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