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Rulete III: La partida 

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Por Panicidio. 

El ego inflamado (y sublime) del faraón Rulete se abrió paso en la aldea que rodeaba la metrópoli. El ego desinflamado de Fermín no le impedía acompañarle en tanto que fantaseara con ser otro y no él. Del mismo modo, y así cómo, en las relaciones sexuales. 

 

Una vez llegados al corazón del pueblo, cayeron en cuenta de que se celebraban las ruláceas, fiestas en honor a la estirpe del faraón Rulete. El joven decidió darse una vuelta por la feriecilla, escoltado de Fermín y dos soldados panaderos. Llevaba la expectativa digna de Suleiman Ali Nashnush y la frente elevada hacia el sol, dispuesto a recibir halagos, vítores y reconocimientos por doquier. Es sabido que cuando el más elevado miembro de la sociedad se interna entre el populacho, la gente no puede hacer más que conocer y reconocer su magnánima presencia. 

 

Con extrañeza, Rulete veía pasar a lado a las personas y desaparecer tras de sí, como un tren que atraviesa una estación. Luego de tres estornudos (Rulete era alérgico al pueblo y al pan) dirigió su mirada hacia Fermín con interrogación altanera. 

-Es que aquí no llega el correo. – se excusó el flamenco. 

- ¿No tienen las escuelas mi fotografía? ¿No están las ruláceas repletas de mi imagen en diferentes formatos? 

-Las fotografías que aquí llegan son infieles. 

- Presumo que nunca sus ojos han presenciado cosa más magnífica que yo. – volvió a estornudar Rulete. 

-Sin dudas, tan excelsa entidad no ha sido catada por las mortales pupilas. – apoyó Fermín con deferencia y barroquismo – a lo sumo habrán visto el mar, una amatista o un concierto del Sabalero.

Rulete asintió con desdén. No había presenciado ninguna de las tres cosas. 

-¿Y qué tal si no soy tan amado? – cuestionó en voz alta.

- ¡Yo lo amo mucho!

-Naturalmente. Yo digo otra cosa. Si el faraón Rulete no es tan amado ni tan afamado, ni tan afanado, significa que en buena hora salí. ¡Más motivos para labrarme la fama! ¿Te crees que es fácil nacer en cuna de oro? ¿Eh? ¡Tenerlo todo y no poder jugar a conseguir nada! No, no. Liberaré al otro hemisferio de la tiranía del Rey Caspa y lo someteré a mi noble y conveniente tiranía. ¡Nadie podrá darme instrucciones en todo el globo! Ahora bien. ¿Cuál es el siguiente paso, Fermín?

-Nos dirigimos hacia el barrio de las Bulímicas, nuestras deseosas aliadas. Allí nos esperan banquetes e insumos para la conquista. 

- Entonces, ¿ellas me reconocerán? – preguntó Rulete. 

-Llevamos el estandarte.

-¡Yo seré mi estandarte! 

-Así es, mi rey, el desengaño es la llave del autoconocimiento. 

- Ah, sí, sí. Entiendo. – Rulete no entendió. – Hasta entonces, que el estandarte sea mi estandarte. Luego será estandarte lo que yo juzgue estandartizar

Al finalizar el recorrido por la feriecilla, continuaron el sendero que los dirigía hacia el barrio de las Bulímicas. El resto del ejército se unió, manteniendo una distancia prudencial del monarca. A la medianoche bajaron de sus caballos, alzaron carpas y encendieron fuegos. Los carneros de Barrios Amorín comenzaron a ser asados a las brasas. Receta milenaria acuñada por Juan Carlos Gómez en la planta del pie de una momia azteca.  Menú no azaroso.   

-¿No es exquisita esta carne, Fermín? – preguntó el faraón alzando la nariz. 

-¡Y tanto que lo es! La carne se hizo verbo. 

- ¿Tus padres viven, Fermín?

- No, Faraón. Murieron en la Revolución de los Sony Ericsson.

-Ah, yo no había nacido aún… 

- Una verdadera tragedia. – se lamentó Fermín.

-Es cierto. El mundo sin mi existencia no podía ser más que tragedia. 

-En esa época no habíamos ganado el derecho al ser fantasmal. No tengo el lujo de verlos una vez muertos. Cuando el faraón vino a este mundo, comenzó la tradición. 

- Por eso. 

Una vez al año, el secretario de Rulete recibía todas las solicitudes de ciudadanía fantasmal de los nóveles muertos. El faraón elegía algunos al azar y les otorgaba el privilegio de penar en la Tierra a cambio de diversos servicios y favores al régimen. 

La íntima charla fue interrumpida por un soldado panadero que traía novedades del campamento periférico. 

-Hable. –  ordenó Fermín soltando el hueso de carnero. 

El soldado panadero le aquileslanzó una mirada de resentimiento al patilargo y se dirigió a la única presencia válida de la carpa. 

-  Mi señor, dos  novedades: la primera es que siete soldados no tienen hecho el Papanicolaou

- Intolerable. – sentenció el faraón. – mándelos a casa, están inhabilitados por ley para la contienda. ¿Y la segunda novedad?

-¡Hay un soplón del Rey Caspa entre los nuestros. ¡Un espía! – exclamó el militar pleno de indignación.  

-¿Un espía? – se extrañó Rulete.

-Así es. Un espía. Es una avispa. Ya nos parecía raro que no hablara nuestra lengua, pero como en el amor y en la guerra, toda lengua es…

-¿Qué hicieron con él? – interrumpió impaciente.

- Artificialmente, lo capturamos. Está envuelto en cadenas de Nokia 1100. Nuestra máxima medida de seguridad.

-  ¿Y dices que responde al Rey Caspa?

- Sí, es parte de una fe de erratas.

- ¿Una fe de erratas?

-Una red de trata.

-¡Traiganlo de inmediato! Necesito una entrevista con el bandido. – ordenó Rulete. 

Antes de la ejecución, Rulete tenía que extraer del traidor toda la información objetiva, preceptiva, estadística y constructiva para saber cuál sería su siguiente paso. 

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Revista "Barro", Uruguay

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