Rulete II: El consejero.
Por Panicidio.
Rulete abrió un casting para hallar un nuevo consejero que no estuviese enlazado sanguíneamente con él, ardua labor dada la condición cachocastañesca de su progenitor.
Durante cuatro días asistieron al certamen los sabios más barbudos y llenos de hongos de toda la comarca medialunal; los jóvenes más entusiastas y plenos de acné, aunque no de anécdotas; los científicos de todas las disciplinas, los astrólogos de carta natal, los instaladores de aire acondicionado, los cocineros de muffins, los depiladores del método español y los infludencers de todo tipo y talle.
El flamante campeón del concurso por oposición y méritos fue Fermín, un flamenco rosa de metro y medio que había desempeñado funciones de sepulturero en el Cementerio Central. Una pacífica labor en la que los clientes no emitían palabra alguna y que le había obsequiado los tortuosos beneficios del pensamiento. Con los años, se volvió tan paranoico que la guerra constituía el mejor contexto en que podrían confirmarse sus temores.
El primer consejo del flamenco fue que se relajara: la guerra consistía sólo en la proyección vital de un juego de mesa. Rulete quedó automáticamente convencido de que al zanquivano le asistía la razón.
Tardaron tres horas con veinticuatro minutos en definir la composición del ejército: afrocaribeños, monos con navaja y panaderos; no los avocados al noble paltástico oficio, sino las plantas, famosas por su valentía y su discreción como amantes.
Con tal robusto ejército iba a liberar a los pueblos sureños de la tiranía del Rey Caspa. Inflamado en valor, determinación y cerveza Pilsen, se sintió tan comprometido con la causa que no demoró en serle infiel.
Rulete procrastinó la partida durante seis años.
Mientras en su pelvis un piojo vivía una epopeya y leudaba la masa madre de los pancitos, desentrañó los misterios de la literatura y la química. Fermín el flamenco logró enseñarle la tabla del siete, la regla de tres y a tocar el cuatro. Arduo entrenamiento que causó un descuido de sus funciones como monarca en ejercicio, desencadenando en descontento social y hambruna generalizada. Nada de ello le quitaba el sueño y la tranquilidad a Rulete, que realizaba su rutina de yoga y skinhead con sumo cuidado.
Persuadido por el flamenco Fermín, decidió que el séptimo año era el momento fabulesco, simbólico y pragmático ideal para emprender su conquista de la otra mitad. Así como su abuelo había tomado el antiguo Reino Fungi e inaugurado el corolario de cabezas de suegra, justo en la punta de la montaña Tony República Pacheka, así tomaría el Faraón Rulete los territorios que le correspondían.
