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Retorno al calor del hogar

Por Nacho Gomes

"Volvemos a sentirnos cómodos en esa habitación en que escribimos sin mayores planes, sin propósitos precisos." 

Formas de volver a casa (2011). Alejandro Zambra

     El narrador conoció de viejo a Alejandro Zambra. Su debut oficial se produjo hace un mes con Formas de volver a casa, verdadero canto a la heterodoxia y al híbrido anti-géneros. Este textito sencillo, esquivo y profundo podría ser novela histórica, diario íntimo, ensayo sobre una sangrienta dictadura militar, apología de la memoria o todo junto y al mismo tiempo. Sin embargo, el motivo de la presente aguafuerte, mujer tramposa si las hay, no es precisamente la trayectoria, los galardones, la estética o la aproximación crítica a la obra del autor chileno, sino su habilidad insospechada para devolverle la inspiración y el deseo al narrador, salvarlo momentáneamente del ocaso y rescatar de las cenizas su esencia caótica que se estaba cayendo a pedazos.  

     No sé cuándo empezó aquella sensación de censura auto impuesta y castradora que lo anuló por completo al sentarse frente al monitor, pero podría estar asociada al transcurso de un bello milagro llamado Barro. El problema fue que cuando se quiso acordar, la seriedad solemne había empoderado al gesto adusto, transformándose el narrador descuajeringado en un admirable señor que llega a la cita con puntualidad inglesa (con todos los peligros que acarrea devenir señor admirable). No es moco de pavo ser parte de un consejo editor de revista cultural-digital, pensar en suscriptores y en patrocinadores, armar estrategias para redes sociales y vivir encontrando concatenaciones posibles, uniendo eslabones de la cadena, calculando las partes del todo, respetando a rajatabla silogismos y lógicas internas de la trama. Como supondrá un lector avezado e intuitivo, así fue que el narrador empezó a perder en locura adolescente y a ganar en cordura de viejo carcamán.  

     Sin darse cuenta se arrimaba peligrosamente al berretín del chongo intelectual, del que buscaba alejarse siendo parte de una revista prácticamente inimputable. Mientras los deberes se acrecentaban, su rostro empalidecía segundo a segundo, con las ojeras por el piso y las bolsas estropeando su semblante hasta ayer rozagante, secuestrado por el automatismo implícito que atañe a cualquier toma de decisiones hecha a conciencia y con disciplina. Sin embargo, aquel jueves de setiembre, en la jornada inaugural de la feria del libro en Montevideo y junto al loco Bruno (amigo y antihéroe preferido), se topó con este verdadero fuego trasandino apellidado Zambra y nacido en pleno infierno pinochetista (1975). Enseguida notó que allí había algo, alguito minúsculo y casi inexistente pero que al menos podía ser una punta para la reinvención, un ancla que volviese a colocarlo en un lugar escurridizo, y al mismo tiempo, intransferiblemente suyo.

     Durante la mencionada tardecita noche, entre caretaje editorial y decenas de lectores genuinos, comenzó a forjar este volver a encarar al monitor sin complejos; aun cuando el abismo continúe acechándolo, hoy y siempre. Claro que primero tocó aburrirse de máximas glorificadas, originalidad fingida, legitimar textos y pontificar artículos e incisos. Tocó asumir que le dan paja los contratos inviolables de los literatos sacrosantos, particularmente los que rezan como un autor hecho y derecho (objetivo, siempre objetivo) no debe hablar de sí mismo, como el orden ilustrado y armonioso (también le da paja la armonía) exige preguntarnos cómo, porqué y para qué. Esos benditos contratos no escritos que dan por sentada la prevalencia de un argumento invulnerable (justo él que quería ser vulnerable y que todo se desmadre) perteneciente a una homogeneidad mayor, una organización casi religiosa que todo lo abarca, una organización tan pero tan ajena a su desorden mental.  

     Atravesando dicho bloqueo creativo y letargo sensorial, pero con estas últimas premisas felizmente olvidadas, transitando la ya mencionada feria y llegando al sector de la siempre vintenera Anagrama fue que apareció este escriba oriundo de La Santiago Ensangrentada, cuyos méritos literarios y hoja de vida no conoce y le importan un bledo. Lo único importante es que un par de días después de adquirido dicho metal precioso en forma de librillo el narrador volvió a desandar el camino del iconoclasta, reencontrándose con el quilombo de todo aquello que no ha sido captado por cifras, categorías y clasificaciones, disfrutando el rugido intermitente de las letras como fogonazos, chispazos, piñas a la mandíbula, tan inesperadas como demoledoras.  

Vislumbrando a los tiempos verbales ir y venir, sin esperar la rigidez que trae a colación la cronología de los hechos, sin rezarle a ninguna estructura madre, dándose un baño de humildad verdadera en el océano de la prosa que busca el orgasmo antes que la presunción. Reafirmando lo que supo desde un principio pero había olvidado adrede: está obligado a seguir escribiendo sin certezas a pesar del desasosiego y el desamparo, con la palabra voraz comiéndose a los niños crudos, sin importar nada que provenga de la mentira exterior, con lapiceras altivas y desangradas afirmadas en los pelpa del presente y despreciando la mitomanía del futuro, reconciliándose con el joven inquieto que hace dos décadas empezó en estas lides por mero capricho, por búsqueda intrascendente, por lisa y llana impertinencia.

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Revista "Barro", Uruguay

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