Raíces del barro
Por Nacho Gomes
Lector antes que Individuo, se juega el alma en la patología de los extraños. Es ladrón de vidas ajenas y esculpe piedras de ensueños como si fueran píldoras para calmar la ansiedad del Fin del Mundo o antidepresivos contra la circularidad reverencial. Penetra en una orgía de mil caras y permanece expuesto a enfermedades venéreas. El estropajo vicioso vuela alto y anula la razón del legislador, quien solo atina a gatear suelos impropios. Incinerado en el hervidero sensorial se consagra ideólogo del final inverosímil transitando las páginas de la derrota con absurda calma de triunfador. Camina por las ciudades de fantasía y, promediando el hostil viaje, entre silencio y silencio, se constata amante de la muerte súbita, el encuentro furtivo, el casamiento malogrado, el balazo repentino, el villano que era héroe, el héroe que era villano, la miscelánea que nada sabe de sentencia y moralina.
Lector-escritor esporádico, eternamente Lector. Atento, misántropo, sigiloso, busca tantos intertextos como despertares. Inalienable alborotador de suspicacias, encuentra controversia en el reino de la unanimidad, teje caos en la mansedumbre, descubre Oro en el Barro. Inquieto y chismoso como vieja que baldea la vereda, no es más que un detective de ambigüedades crónicas, energúmeno de sufrimientos pertinaces, sonrisas redentoras, excrementos cloacales, tesoros invaluables. Invaluables como los versos del más allá que empiezan a repiquetear en la cortita de por acá.
Lector de entraña insumisa, contrabandista de almas en pena y aladinos beligerantes. Ser afiebrado, poco dócil, que alivia el vacío terrenal encontrando la aguja en el pajar, reinventando al caballero andante cuya locura perdura. Escéptico de la ciencia exacta y devoto del chicle metafórico, se burla del absoluto que nada dice, nada regala, nada quema. Re descubridor del modismo, intérprete bipolar de la puntuación, psiquiátrico de la hipérbole, hermano siamés del intocable que se ve, se huele, se escucha y se degusta. Trastornado por la palabra que muere por enésima vez y, tras siglos de tecnologías frustradas, vuelve a nacer como una flor incansable.
