top of page

Nuestro huésped: un pianista ciego

Por Mario Martínez (nieto)

     Mi abuelo, el célebre cronista Mario Martínez, me inyectó la pasión o el problema. Consiste en pasar las horas libres del día esnifando el polvo de revistas y diarios viejos. A diferencia de mi amigo, el “señorito” Lord Petit Maître, que se pasea muy orondo por la ciudad, prefiero deslizarme por esa tipografía excelsa, hacerme un lugar entre los rostros grisáceos y amarillentos o contemplar la grotesca ilustración publicitaria.

     Di con el Skating Capurro hace unos días. Lo visité esa tarde de domingo, mientras me envolvía la triste melodía del finado Lanza. Me dejé llevar torpemente de la mano de la señorita, al principio y al final (ante la furibunda mirada de su padre desde la baranda). Cuando me empezaron a notar y vieron mi palidez, mi “anacronismo”, me retiré por la escalinata dando pequeños pasos hacia atrás, que casi me hacen trastabillar.

     La soledad pura del parque me había embriagado. En un estado casi febril, caminé a los tumbos por Capurro sin dirección, perdido, hasta que vi el tranvía del Reducto allá por Caiguá, creo que el 42, y lo tomé. Caía la noche y apenas algunos focos alumbraban las calles. Desde mi asiento veía las pocas casas quinta o algún descampado, paraísos y palmeras, puñados de gente conversando en los umbrales, a Don González cerrando su almacén. La sucesión de imágenes se acompañaba del chirrido de rieles, gritos de niños, el eco de un ladrido. Una coqueta pareja que caminaba de la mano me recordó a los patinadores del Capurro: un film en el Doré… el biógrafo, mejor. Tal vez ir al Biógrafo Olivo haría descansar a mi cabeza, sentarme un rato, distenderme… 

     Descendí en el cruce de Suárez y Gil. Apenas pisé la vereda casi tropiezo con un niño que estaba con una señora, seguramente su mamá, en la puerta de la casa de la esquina. La madre no escuchó mi nervioso perdón. Solo el niño se dio vuelta y me observó de una forma extraña… Vi su mirada dispersa e inocente, justo cuando la puerta se abría, todo muy rápido, y salía un vaho de piano, como un nocturno de Chopin. Una música bellísima, nostalgiosa y propia, como una especie de secreto me poseyó en esos pocos segundos. Algo en mí buscaba esa melodía hacía tiempo. Me recordó a una ausencia y apunto estuve de largar el llanto. 

     Se asomó detrás de la puerta una vieja, saludó a la mamá y al niño, y gritó por el pasillo Nene, vení que llegaron. El nocturno cesó y escuché los pasos de alguien que imaginé el Nene. En mi condición de mármol o granito me quedé mirando por el espacio que dejaban la vieja, la madre y el niño. El Nene apareció como en un túnel, deslizándose en alpargatas, agarrándose de los marcos y las paredes laterales. Frente a mí, las espaldas de la mamá, el niño y la vieja lo esperaban. Yo veía toda la escena como si me asomara al pozo de un aljibe. Estaba casi en el cordón de la vereda, a la distancia suficiente para que nadie me notara, pero me sorprendió ver que los ojos pálidos y desorbitados del Nene se detuvieron fijos hacia mi dirección. Era ciego, pero yo sentía que me observaba. Me estremeció la paradoja. Saludó con suficiente cortesía a la mamá y al niño, entraron y la fiebre me subió de nuevo.

     Tomé Suárez, iba al Biógrafo de Agraciada y el nocturno fluía ahora en mi mente con voluntad propia, era casi incontrolable. Los delicados dedos del pianista se deslizaban por los afluentes de mi cerebro. Subía y bajaba. Bajaba y subía. Alcanzaba espacios recónditos, inaccesibles para mi conciencia. Lo detuvo la voz del diariero de la esquina de Boulevard. Mire esto, señor. Acaba de salir esta revista. No se consiguen números sueltos por ningún lado. Aproveche. Fíjese. Se la dejo a un peso con veinte. Ya estoy cerrando. Vi la revista y pude ojear algunas páginas mientras el diariero iba cerrando las cortinas de hierro. Al chirrido lo acompañó de una pregunta: ¿vive cerca? No pude contestar. Sin saber por qué, el dibujo de un pianista me había obnubilado. 

     Leía Habiendo perdido la vista a la edad de 7 años… Pero Colling, como el Judío Errante, sigue su camino… desde hace un año que es nuestro huésped… sencillo, modesto, de una cultura profunda… que el público sepa beneficiar sus hermosos descubrimientos.

     Enseguida volvió con fuerza el nocturno a mi cabeza. Me subió nuevamente la fiebre, todo giraba alrededor. En mi mente corría la melodía, me llevaba a un ensueño sutil y melancólico. Se agolpaban situaciones e imágenes que nunca supe si leí o viví. Recordé la mirada del niño, y su retina deslizaba ahora palmeras, casas quinta, la plaza Atahualpa, los rieles, el tranvía, las ventanillas del 42, grandes losas blancas y negras, tres viejas delgadísimas, los ojos desorbitados del ciego y sus dedos al piano…

     Volvía la casa de Suárez y Gil a tocar aquel nocturno de Chopin.

***

Captura de pantalla (88)_edited.jpg
Captura de pantalla (87).png

Referencia: ​L. H. (1915), “Notabilidad musical”, en Anales mundanos. Revista álbum de la sociedad uruguaya. p. 30. (Extraído de: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/)

Teléfono

(+598)98-888-452

Revista "Barro", Uruguay

E-mail

Conectemos

  • LinkedIn
  • Instagram

2025. Todos los derechos reservados

bottom of page