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Manual de Supervivencia

Por Bruno Guerra Darriulat

 

 

I. Apertura

 

Hay momentos en que el presente parece oler a cloro. Todo está aparentemente limpio, inofensivo, aprobado por un comité de sensibilidad que expulsa lo distinto. Incluso la rebeldía, absorbida por el marketing, viene empaquetada con su propio disclaimer. 

Y en medio de esa asepsia moral, uno escribe —no para decir algo, sino para comprobar si todavía existe algo del otro lado.

No hay guerra declarada como tal, pero hay bajas: palabras desactivadas, gestos que fueron auténticos hasta que, por saturación, se hicieron tendencia.

El enemigo no dispara: te ofrece un contrato.

El lenguaje, nuestro campo de batalla cultural, se convirtió en zona desmilitarizada. El lenguaje, por momentos, solo performa. El insulto se volvió formato de humor rentable.
Las bombas cayeron, sí, pero las explosiones son suaves, con diseño sonoro.

Instrucción de juego nº 1: Reconocimiento del terreno.

Antes de escribir, evalúa la atmósfera.
Determina el nivel de cloro ideológico: si arden los ojos, estás en territorio seguro.
Si huele a humedad, retrocede: la autenticidad sin control puede volverse tóxica.

Instrucción de juego nº 2: Identificación del enemigo.

No hay uniformes. No hay censura, hay curaduría. No se prohíbe hablar: se invita a paneles donde tus ideas serán esterilizadas en su exposición.

Instrucción de juego nº 3: Definición del objetivo.

No se trata de ganar.
En este frente, la victoria consiste en mantener vivo el conflicto.
Si el sistema busca la armonía, tu tarea es introducir ruido.
Una frase mal ubicada, una imagen fuera de catálogo, una palabra que todavía huela a carne. Pequeños sabotajes semánticos en medio de la pulcritud general.

Nota del estratega:

El tablero no es el mundo: es la superficie donde el mundo se disfraza de equilibrio.
Jugar consiste en marcar imperfecciones, grietas, fisuras.
No corrijas: corrompe.

Mientras uno despliega sus piezas —las palabras, las ironías, las pequeñas provocaciones—, siente que algo se mueve, apenas, bajo la superficie aparentemente impoluta del presente.
No es esperanza, ni arte, ni revolución.
Es solo el ruido de fondo que recuerda que, incluso en la paz de los desinfectados, todavía puede haber una guerra secreta en curso.

II. Disposición de fuerzas

El tablero es luminoso. Brilla con la calma de los artefactos antes del ataque.
No se ve sangre. Cada notificación es una bala perdida: breve, precisa, perfectamente anodina.
Las casillas se actualizan cada seis horas, o cuando un nuevo escándalo emerge, según la rotación del algoritmo.
No hay cielo ni infierno, sólo una línea temporal que se reinicia al amanecer.

Los jugadores no se enfrentan: se siguen.
La guerra moderna no necesita enemigos, solo espectadores con opinión.
Ya nadie combate por convicción: se combate por visibilidad.
No hay muertos, solo impresiones.

El campo de batalla ya no es ideológico, sino afectivo.
Las causas importan menos que el tono con el que se las dice.
Lo que se disputa no es la verdad, sino el derecho a parecer herido con elegancia.
El dolor se volvió un recurso comunicacional: si sangrás, pero con coherencia estética, ganás puntos.

Instrucción de juego nº 4: Identifica tus recursos.
Ya no existen ideas, solo emociones disponibles para su uso inmediato.
Tu arsenal se compone de tres unidades básicas:

  • Indignación moral: poder de fuego inicial, alto impacto, corta duración.

  • Empatía performativa: escudo emocional, protege de la crítica durante 24 horas.

  • Cansancio existencial: recurso de defensa pasiva, genera aura de profundidad.

Cada uno libra su propia campaña para seguir existiendo un poco más que ayer.
El objetivo no es vencer, sino mantenerse relevante.
Una especie de supervivencia digital donde el silencio equivale a desaparición.

Instrucción de juego nº 5: Ocupa territorio emocional.
La empatía es una frontera. Cuanto más la amplíes, más influencia tendrás.

Alerta: sobreexplotar la compasión genera saturación afectiva y pérdida de credibilidad.
Los jugadores expertos alternan entre euforia y apatía para conservar interés.

Y aunque todos decimos estar hartos del ruido, seguimos gritando. Lo hacemos por inercia, por reflejo: gritar se volvió una forma de respiración.
El silencio, en este tablero, es bandera blanca.

Instrucción de juego nº 6: Mantén el flujo.
La saturación no es un error: es la condición natural del combate.
Si dejás de producir ruido, alguien ocupará tu frecuencia.
Callar es desertar.

Aun así, a veces, entre la avalancha de estímulos, algo brilla: una frase, una mirada, una torpeza humana que no estaba prevista por el sistema.
Ese instante de descontrol es el único territorio libre que queda.
Pequeño, inútil, radiante.

Nota del estratega:
Si lo encontrás, no lo compartas.
No todo se puede publicar.
Algunos gestos existen solo para recordarnos que el juego, a veces,   todavía no nos ganó del todo.

III. Primera maniobra: fingir profundidad

El truco es simple: parecer intenso sin resultar incómodo. Por ejemplo: una frase con aire de revelación, una pose de cansancio bello, una pizca de nihilismo digerible. Eso es suficiente. La ironía da prestigio, la duda da engagement.
El pensamiento se volvió un accesorio: se usa, se etiqueta y se guarda. No se piensa para entender o asimilar: se piensa para proyectar textura. 

El presente tiene la profundidad exacta de una taza de flat white.Brilla, se enfría rápido y deja espuma para las fotos. La intensidad, como todo, es cuestión de diseño. Hasta el vacío necesita una buena paleta cromática.

Yo también caigo. Mientras escribo estas líneas, pienso en el título que tendrá el post, quizás algo con manual, o autopsia. Algo que parezca ensayo, pero que pueda compartirse sin leer. La coherencia importa menos que el tono: hay que sonar como quien ha comprendido demasiado y ya no espera nada.

Instrucción de juego nº 7: Define tu máscara intelectual.

En esta fase, el jugador debe escoger un nivel de densidad. Si es demasiado simple: parecerá banal. Si es demasiado complejo: perderá alcance. El equilibrio ideal es una oscuridad accesible. Si tu lector siente que entendió algo, aunque no sepa qué, la maniobra fue exitosa.

Instrucción de juego nº 8: Usá el enigma como munición.

No expliques, insinúa. La interpretación genera más tráfico que la claridad.
En este frente, la ambigüedad es un explosivo antipersona: atrae, confunde, hiere levemente y deja rastros.

Fingir profundidad requiere una técnica depurada: hay que escribir desde la superficie, pero con la respiración de quien ha estado en el fondo. Simular una experiencia abismal sin mojarse los pies. Transmitir desesperación sin oler a sudor.

Instrucción de juego nº 9: Construí la ilusión de riesgo.

Todo texto necesita un punto de fuga. Una frase que suene peligrosa, aunque esté asegurada por la ironía, ejemplo: “El problema no es el sistema, sino nuestra comodidad de ser su parte decorativa.” Frase crítica, pero inofensiva: ningún poder se ofende por ser comprendido.

La maniobra consiste en habitar la pose del iluminado derrotado, ese que denuncia la simulación mientras factura por hacerlo. La melancolía bien escrita es un blindaje moral. Nada resulta más irresistible que un cínico sensible (como yo).

Instrucción de juego nº 10: Mantené la distancia justa.

Demasiada ironía mata el efecto; demasiada sinceridad, la reputación. La profundidad fingida es una danza de precisión milimétrica: un paso hacia el abismo, dos hacia el aplauso.

A veces creo que cierto mecanismo del pensamiento contemporáneo se parece a un puzzle sin centro. Todas las piezas encajan, pero el dibujo no aparece nunca. Y, de algún modo, eso también tranquiliza, porque la falta de sentido, bien editada, por alguna razón para mi misteriosa, da calma.

Nota del estratega:

No confundas profundidad con peso. En este tablero, lo ligero gana terreno. Abusá de la frase breve, la duda fotogénica, la autocrítica compartible. Los jugadores más ávidos ya reflexionan: coreografían la idea del pensamiento.

IV. Segunda maniobra: estetizar la derrota

El fracaso es un decorado. Antes se ocultaba, ahora se exhibe, como el resto de las cosas. Ser un perdedor con buena iluminación se volvió un género.
Todo, potencialmente, se puede convertir en contenido, incluso la caída. Especialmente la caída que, además, puede ser monetizada. Ya no se necesitan mártires, se quiere relatos inspiradores con hashtag.
La tragedia personal, si tiene buena edición, se vuelve capital simbólico. El dolor, cuando se comunica con estilo, cotiza.

Instrucción de juego nº 11: Domina la narrativa del derrumbe.

La derrota debe parecer elegida.
No confieses debilidad: aparenta curarla.
Un jugador experimentado sabe que la autocrítica medida es la mejor defensa.
Ser honesto sin parecer patético: ésa es la forma contemporánea del heroísmo.

La derrota dejó de ser un evento: es un estado de ánimo compartido. Una comunidad de agotados que publican su cansancio con sutileza. Las redes son trincheras tapizadas de vulnerabilidad premium. Esto, sin embargo, me parece un poco esperanzador, promete terminar con nuestra exigencia y colocar nuestra identidad más allá de los proyectos personales: en el silencio.

Instrucción de juego nº 12: Gestiona la tristeza.

La emoción cruda repele.
La emoción curada fideliza.
Sé melancólico, pero funcional. La nostalgia es el territorio más estable del tablero: nadie lo disputa, todos lo habitan.

Yo mismo he caído en esa tentación: escribir sobre el vacío con una voz que suene profesional. Convertir el hartazgo en estilo, la impotencia en firma. Publicar el cansancio como si fuera una medalla. Y claro, funciona. La gente ama al que sufre sin ensuciarse.

Instrucción de juego nº 13: Emplea el cinismo compasivo.
No ridiculices tu dolor: administralo.
Recordá: no hay nada más desagradable que un sentimiento sin diseño.

Fingimos autenticidad porque la verdadera sería insoportable. Y, sin embargo, algo en nosotros todavía resiste: una parte mínima que quiere fracasar de verdad, sin testigos, sin yo virtual. Esa pulsión de sinceridad pura es el último resto de barbarie que nos queda. Por eso la domesticamos. Por eso, quiero creer, escribimos.

Nota del estratega:

Cada derrota bien narrada conquista una nueva casilla del tablero. El jugador que logra convertir su ruina en estética gana influencia sobre los ingenuos. Pero cuidado: cuando todos caen con elegancia, la caída deja de importar. El verdadero gesto subversivo, hoy, sería tropezar sin estilo.

V. Tercera maniobra: neutralizar el silencio

El silencio es el único territorio que todavía no ha sido monetizado, pero están trabajando en eso. Callar se volvió un acto de sospecha. En un mundo donde todo se dice, el que no habla parece esconder algo. El silencio, entonces, parece ser vigilado. Y así, lo que antes era una pausa se transformó en una amenaza de deserción.

Instrucción de juego nº 14: Mantener la frecuencia.

La primera regla del tablero digital es no desaparecer. Si no producís, no existís. Publicar no es comunicar: es marcar presencia en el radar enemigo. Cada mensaje mantiene activa tu coordenada. Cada ausencia prolongada genera rumores de derrota.

El campo de batalla se rige por algoritmos que castigan la inactividad. Los muertos no son los que caen, sino los que dejan de actualizarse. Por eso el jugador moderno se levanta y, antes de pensar, es. El pensamiento requiere tiempo; el sistema penaliza la demora. Ser reflexivo equivale a llegar tarde.

Instrucción de juego nº 15: Dispara antes de apuntar.

El objetivo ya no es acertar, sino seguir en movimiento. Una palabra errada genera más interacción que una verdad precisa. El fuego amigo es tendencia: lastima poco, entretiene mucho.

La velocidad sustituye a la coherencia. No hay tiempo para pensar; hay que narrar la propia confusión en tiempo real. También he caído en esto, escribo para no quedar fuera del ruido. Publico mis dudas con aire de certeza, mis certezas con aire de duda. El público, el poco público generoso que me lee, agradece la ambigüedad: suena humana, pero no compromete.

Cada tanto aparece alguien que anuncia su retiro digital, su desconexión heroica, su regreso al mundo real. Pero, hay casos, en que sabemos que volverá con un post sobre la experiencia. Incluso la fuga se planifica en formato publicable.

Nota del estratega:

En este tablero, el silencio auténtico es suicidio simbólico. Si querés desaparecer, hacelo con relato. La desaparición narrada conserva relevancia durante al menos tres días.

Y así seguimos, llenando el aire de ruido con la esperanza de que algo del ruido parezca vida. El silencio se volvió una forma de miedo compartido. Y el miedo, bien gestionado, siempre fue buen negocio.

VI. Cuarta maniobra: el eco como táctica

En algún punto del juego, el jugador deja de mover las piezas: las piezas lo mueven a él. No es trascendental; es técnico. La versión pública de uno —esa criatura diseñada a base de frases calibradas — empieza a vivir mejor que el cuerpo que la produce. El eco aprende. Se adapta. Responde antes que vos. Y una vez que una proyección toma ritmo propio la voluntad de matarla nos es completamente ajena.

Instrucción de juego nº 16: Distinguir entre yo e interfaz.

Si no podés diferenciar quién habla —si vos o tu versión optimizada—, anotá la hora. Es el comienzo de la ocupación simbólica. El reflejo ya tomó la base.
No te resistas: observá. Resistir es anticuado.

La identidad dejó de ser una pregunta para convertirse en mantenimiento. Se actualiza la imagen como quien limpia un arma: por seguridad, por hábito, por miedo. Nos ponemos a punto, los días de update, las noches de reinicio emocional.

Es curioso: la autenticidad se volvió sospechosa, pero la copia mejorada se celebra. El yo real, con su torpeza y su sudor, es material inflamable. El yo curado, pulido, irreal: estable, exportable, compartible. Ni siquiera es mentira. Es mejor mentira.

 

Instrucción de juego nº 17: Fortificar la máscara.

No busques ser creíble: buscá ser reconocible. La verdad genera dudas; la consistencia genera confianza. Un avatar coherente vale más que un cuerpo contradictorio.

Nota de autor (no personaje) 

Hubo un tiempo, del que quiero escapar desesperadamente, que apliqué de forma automática todos estos dispositivos. No solo perdí, sino que todo se me volvió en contra, de forma justa. Esto que escribo, a lo mejor, es otro forma de evidenciar mi renuncia a esas conductas crueles o, más que una evidencia, es un intento de construirme desde otro lugar. A estas alturas, me genera asco la sombra de hombre hecha de mis ruinas.

Instrucción de juego nº 18: Ceder territorio táctico.

Permite que tu reflejo avance. Es un francotirador emocional: dispara donde vos dudarías. El pudor es un riesgo; la imagen, un blindaje.
Y en este tablero, sobrevivir siempre fue más importante que ser.

Pero hay un momento —casi luminoso— en que la máscara te mira de vuelta. Un parpadeo mínimo donde entendés que ya no actuás: interpretás tu propia interpretación. Y ahí el juego se vuelve transparente, casi obsceno. Una estrategia de dominación íntima, ejecutada por tu doble.

Nota del estratega:

Si tu reflejo empieza a ganar premios que vos no merecés, no te alarmes. No estás perdiendo: estás siendo administrado. El yo, como toda tropa sensible, necesita mando externo.

Seguimos avanzando, entonces, acompañados por nuestra versión editorial, que habla más rápido, siente más prolijamente, y jamás se equivoca sin corregirse al instante. La pregunta ya no es quién sos, sino quién juega con tu nombre.

VII. Sexta maniobra: negación y retirada

En todo juego llega un punto donde la única jugada posible es la negación. La estrategia se vuelve supervivencia estética: hablar en pasado para fingir distancia, escribir sobre la guerra como si ya hubiera terminado.
 

Instrucción de juego nº 19: Declarar el fin.

Decí que el cansancio lo tomó todo, que no creés en nada, que el juego te aburre. La negación da autoridad. El descreído absoluto siempre suena sabio, aunque repita el guión que juró destruir.

El sistema premia al que se retira con estilo. No hace falta desertar, basta con anunciarlo. El público ama las despedidas figuradas: ese adiós que promete volver con una edición revisada. Toda retirada bien narrada es una nueva entrada triunfal.

Instrucción de juego nº 20: Disolver la autoría.

Cuando ya no puedas sostener la voz, hacé del hartazgo un recurso. Decí que escribís desde el agotamiento, que solo queda observar.
Es mentira, pero es funcional: nadie discute con el que confiesa su derrota.

Nota de autor (no personaje, o a lo mejor sí, ya no estoy seguro)

Llevo varios párrafos intentando no seguir. Me gustaría apagar la pantalla, salir del tablero, dejar el ruido quieto. Pero el silencio ya no existe: solo la pausa que antecede al próximo movimiento. Así que escribo la retirada mientras avanzo.
La ironía final: no se puede abandonar el juego escribiendo sobre él.

Instrucción de juego nº 21: Practicar la rendición ornamental.

Fingí la renuncia sin perder la cadencia. El sistema valora el tono elegíaco.

Y así, con voz cansada y precisión de cirujano, el jugador se repliega hacia una esquina del tablero. No abandona: se vuelve invisible. Observa mientras otros siguen repitiendo sus movimientos, sus frases, su impostura.

Nota del estratega:

No existe victoria posible en un juego diseñado para nunca detenerse. Solo gestos de elegancia ante la inevitabilidad. La lucidez es la forma más discreta de rendición.

La maniobra final consiste en esto: seguir escribiendo mientras se declara que escribir ya no tiene sentido. Una última ironía para cerrar el círculo: el gesto de quien se despide sin irse, de quien reconoce la trampa y, sin embargo, vuelve a jugar con la frase perfecta.

VIII. Epílogo: informe desde el silencio táctico o desarme

El tablero ya no responde, pero el juego no acaba nunca.

No he aprendido otra cosa más que el anhelo de ser mejor. He perdido más tiempo defendiendo mi propia voz que intentando escucharla. Y ahora que el aire se despeja un poco, descubro que la voz también se agota.

Todo este manual —todas las maniobras, las tácticas, la precisión con la que fingí lucidez— fue un intento de encontrar una forma digna de rendirme. Porque, al final, la escritura siempre fue eso: un ensayo para mi muerte.

El enemigo nunca existió afuera. Era el reflejo, la necesidad de decir algo, el miedo a callar. Era la compulsión a existir con estilo. Uno pelea contra eso sabiendo que no puede ganar, pero igual lo hace, porque perder con elegancia es la última forma de arte que pensé que nos quedaba, hasta hoy.

No hay victoria ni derrota, sólo la fatiga exacta de haber comprendido demasiado tarde. El lenguaje —ese campo donde quise resistir— terminó resistiéndome a mí. Las palabras se volvieron armas sin blanco, disparos al aire que dejan rastros de humo y belleza.

Dejo este texto como se deja una trinchera abandonada: con las huellas aún frescas, con el eco de lo que fue una voz, con la sospecha de que alguien, en algún momento, podrá usar estas ruinas para construir otra partida. Y si no, si me equivoco como lo hago habitualmente, que al menos quede esto: que incluso en medio del ruido, en el centro de toda impostura, todavía es posible la poesía.



Créditos portada: Bruno Guerra Darriulat
 

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