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Libertad de censura

Por Nacho Gomes

Amigas y amigos. La presente noche de primavera, desde esta laptop destartalada con aroma a Vieja Olivetti, sentimos la necesidad imperiosa de quebrar una lanza por un concepto bastardeado a lo largo de dos décadas y cuatro generaciones de pelafustanes: la Libertad de Censura. Después de muchas idas y vueltas, hemos tomado el impulso para salir del closet sin miedo al escarnio público y gritar a los cuatro vientos lo que realmente nos arde en la entraña. Sin pensar en posibles represalias que, más temprano que tarde, bajarán desde los letrados de la república y los rancios canales de la nobleza comunicacional; en el día de la fecha esta aguafuerte, improcedente y con reiterado sinsentido de la oportunidad, reivindica a la censura como acto imprescindible para formar juicios y ciudadanos; y no solamente como vulgar metodología para amputar libertades. Reclamamos en nombre de quienes no han sucumbido a la igualación caprichosa de los valores, ni han caído en la trampa de oportunistas y ventajeros que lucran, a diestra y siniestra, con la desafortunada idea de que todo debe darnos lo mismo.

Todas las opiniones merecen ser respetadas entonan su slogan de cabecera, escriben en los pasquines y gritan desde sus reinos audiovisuales los mercenarios de la palabra bajándole el precio a esta divina existencia, aduciendo ser representantes de una libertad embalsamada. Pues hoy, con el aura de Roberto Arlt alborotando el triperio de este arrabal enclenque, nosotros venimos a reclamar el derecho innegociable a decir NO, a escupir sobre los parlanchines de feria y fumigar a las cucarachas megalómanas, responsables de este carnaval expresivo y de mala muerte. Si, señoras y señores. Estamos en una cruzada abierta y desembozada contra todos aquellos quienes hablan porque tienen cuerdas vocales, son guapos porque tienen cuenta de Twitter y respiran porque el aire es gratis. 

Sea bueno y reflexione, estimado lector, que a ciertos cuarentones de dudosa calaña nos enseñaron desde siempre que el respeto había que ganárselo con trabajo de hormiga y podía perdérselo en un santiamén. Es por ello que, en honor a nuestros antepasados, seguramente malandrines de barrio y arribistas de cafetín, hemos decidido dejar sangre y piel para ostentar la decisión irrevocable de no respetar a todos por igual; sino solamente a quien sepa que lo que se dice con la boca debe bancarse con el cuerpo, a quien sepa que esbozar un argumento con razón de ser no equivale a un mero antojo de liviandad o diarrea oral, a quien conozca concienzudamente que el insulto a la vieja es la afrenta que no tiene vuelta atrás, a quien reconozca que un hit de verano no es inequívocamente poesía ni melodía, a quien haya comprobado en carne y hueso que ciertos códigos casi mafiosos han de prevalecer, las fuentes fieles no han de ceder y el libre albedrío no anulará, nunca y bajo ningún concepto, el milagro del discernimiento.  

En consecuencia, y gracias a esta guerra de guerrillas, beligerante, desvencijada e intolerante, no nos moveremos de la trinchera imaginaria donde se abroquela, espalda con espalda, esta Inmensa Minoría y sabremos, sin dudar un instante, de qué lado de la mecha nos encontramos, como dijo un setentón que primero cantaba en antros minúsculos y luego en hipódromos interminables. En consecuencia, registre y anote, no todas las opiniones merecerán nuestra consideración. En consecuencia, ni siquiera escucharemos algunas, vomitaremos sobre otras y aprenderemos, con humildad no impostada, de otras tantas…o quizás no tantas. Aunque el costo sea elevado y nos liguemos algún que otro coscorrón proveniente de nuestra amada tribuna popular, pagaremos el precio de vivir por haber elegido y de amar por haber censurado. 

 

   

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Revista "Barro", Uruguay

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