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La gramática, la rabia y la muerte

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En las últimas décadas y en particular a partir de la publicación de La Virgen de los sicarios en 1994 la figura de Fernando Vallejo (Medellín, 1942) se ha consolidado como una de las voces más originales y provocativas de la literatura latinoamericana. Tanto por sus textos como por sus declaraciones públicas, la voz del escritor colombiano no pasa desapercibida e interpela directamente a sus lectores e interlocutores.

Vallejo es un autor provocador y rupturista que posee un estilo inconfundible y ha sido catalogado como escritor insolente, lenguaraz, obsceno, furibundo, misógino, racista, ofensor del Papa y Mahoma, irreverente de los gobernantes y poderosos, denostador de la obra de Octavio Paz y Gabriel García Márquez, pero defensor de Porfirio Barba Jacob, Rufino José Cuervo y José Asunción Silva, así como de los derechos de los animales. En otras palabras, su obra ha sido clasificada con un sinfín de epítetos la más de las veces contradictorios entre sí y siempre insuficientes. 

Sus obras describen, no sin cierto goce, el espectáculo de las derrotas políticas tanto colombianas como occidentales. En sus novelas, las miserias del ser humano y sus fracasos son una condición inexorable que se asume como el destino de la historia de los colombianos y los latinoamericanos. Además, su obra parece conformarse en un magnífico juego de mostrar y ocultar, decir la verdad y engañar. De modo tal que por momentos es muy difícil —sino imposible— diferenciar entre autobiografía, autoficción, metaficción y escritura del yo, así como distinguir entre autor, narrador y personaje. 

En esta entrevista hablamos de su temprana relación con el cine y el teatro, de Logoi y de las biografías que escribió con rabia y con amor, de su propia infancia, de la política, la religión, la gramática, la sátira, el insulto, la libreta de los muertos, y de la única certeza que, según él, todavía lo acompaña: la muerte.

Shubert Silveira: Hay varios Vallejos antes de Vallejo. Quizás el más mencionado sea el director de cine, con los cortometrajes Un hombre y un pueblo (1968) y Una vía hacia el desarrollo (1969), además de las películas Crónica roja (1977), En la tormenta (1980) y Barrio de campeones (1981). Pero también hay un escritor antes del escritor. Usted había incursionado en la dramaturgia con dos obras de teatro prácticamente desconocidas —El médico de las locas (1972) y El reino misterioso o Tomás y las abejas (1973), esta última una pieza infantil que obtuvo el primer premio en el II Concurso Nacional de Obras de Teatro en México—, que parecen haber sido borradas de la memoria literaria, probablemente por decisión suya. ¿Qué ha sucedido con esas piezas teatrales? ¿Ha intervenido usted deliberadamente para que caigan en el olvido?

Fernando Vallejo: Sí, quedaron borradas por decisión mía. Y habían quedado tan definitivamente borradas que hasta yo mismo me había olvidado de ellas. Y luego, cuando me empezó a tratar el doctor Alzheimer, Alois, mi médico y amigo, le dije en antioqueño. “Alois, bórrame lo más que podás del disco duro que lo tengo repleto y por falta de espacio en él ya ni me acuerdo qué desayuné esta mañana”. “Te lo voy a dejar cual tabula rasa”, me contestó (porque él sabe latín por haberlo aprendido en un seminario, y español de Antioquia, Colombia (donde hablan con el voseo de Argentina y del Uruguay), por haberse venido a trabajar aquí de psiquiatra huyendo de Hitler. “Va bene”, le contesté en italiano porque él es un consumado políglota y polímata. “¿Te borro también las dos obritas de teatro que escribiste de muchacho?” me preguntó. Y le contesté con el vos antioqueño, que a él le hace tanta gracia: Borrámelas también, si no es que las borré también yo hace años (ya no me acuerdo), que el teatro es una porquería. Lo detesto incluso más que el carnivorismo, la reproducción humana y los poetas, que por fortuna ya se acabaron. Lo de esa gente no pasó de ser un atropello a los idiomas para acomodar unos ritmos sonsonetudos y unas rimas manidas, superusadas, trilladas, asquerosas, inmundas. ¡Qué porquería era la tal poesía!

 

SS: Dos años después de su última película, usted comienza a forjar su carrera narrativa y a construir su propio “mito literario” con la publicación de Logoi: una gramática del lenguaje literario (1983). Usted ha dicho que escribió este libro para enseñarse a sí mismo a escribir. En él se analizan distintas figuras literarias, entre ellas la repetición, que parece volverse una clave de lectura de toda su obra posterior. A la luz del tiempo transcurrido, ¿cómo ve hoy aquella gramática que marcó el inicio de su trayectoria como narrador?

 

FV: El tal Logoi fue una ociosidad mía dizque para enseñarme a mí mismo a escribir porque en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Colombia, donde estudié este par de cosas, ni el decano mismo, discípulo (según él) de Heidegger, ni siquiera sabía escribir. Ni Heidegger tampoco. Los filósofos son unos parásitos de la sociedad que no sirven para nada, como no sea para empantanar más las cosas. ¿No has leído la Crítica de la Razón Pura, donde el tal Kant trata del Espacio y del Tiempo? Yo sí. Y esas dos nociones, que yo tenía clarísimas desde que nací, se me confundieron en tal grado que hoy no sé ni dónde estoy ni en qué fecha aproximada. Me imagino que ya salimos del siglo XX. En todo caso, si hoy tuviera que volver a escribir Logoi, Una gramática del lenguaje literario, le quitaría todos los ejemplos en distintos idiomas y la titularía con un título simple y no doble como el que le había puesto, tan pretencioso. Se llamaría entonces Sintaxis de la prosa castellana. Mi vida ha sido una inmensa equivocación. No tengo la culpa, la tiene mi madre. Ella es la culpable no solo “de todas mis angustias y todos mis quebrantos”, como dice el bolero, sino de todos mis errores. 

 

SS: Los días azules inaugura la pentalogía El río del tiempo, un proyecto con un marcado componente autobiográfico, donde usted narra las distintas etapas de su vida hasta llegar a la muerte en Entre fantasmas (1993). Llama la atención que haya emprendido esta empresa autobiográfica con apenas 43 años, es decir, rondaba la mitad de los años que suele vivir actualmente un ser humano. ¿Había, en ese gesto, una declaración de agotamiento vital, una voluntad de cierre anticipado o simplemente una apuesta literaria?

 

FV: Esa pentalogía me quedó muy mal y la acabé de carrera para salir de mi madre matándola (dos veces, de formas distintas) y de todos los que me estorbaban, que aún alentaban. Los otros 20 libros míos (siete menos que los hijos de mi madre) también me quedaron muy mal y me avergüenzo de ellos. Yo quiero escribir bien, pero no puedo. ¿Querer es poder? ¡Mentira! Querer es querer, y poder es poder.

 

SS: Su obra se caracteriza por el uso constante de la primera persona. Sin embargo, Barba Jacob, el mensajero, publicado un año después de Logoi, fue reeditado en 1991 como El mensajero, con un cambio sustancial: la narración pasa de la tercera a la primera persona. ¿Qué lo llevó a realizar esa modificación? ¿Qué buscaba alterar o intensificar con ese cambio de perspectiva? ¿La tercera persona le pareció, a la distancia, un error que debía corregirse?

 

FV: La biografía es un género menor de la literatura, pero su mandato esencial es la verdad, no la ficción ni el invento, como sí lo es la novela de tercera persona de los narradores omniscientes, que inventan y mienten y que detesto. ¡Cómo un pobre hijo de vecino va a saber qué piensan y qué dicen varios personajes como si fuera Dios (que por lo demás no existe) y como si hubiera grabado los diálogos que transcribe con grabadora! Y la biografía novelada (digamos como La muerte del chivo de Mario Vargas, el que fue presidente del Perú) es un género despreciable. Te estoy hablando de la biografía honesta, verdadera, estricta, no de adefesios. ¿Y la llamada “novela del yo”? Da para un tratado, que si lo escribiera lo titularía El gran desastre de la novela del yo. Consejo para los escritores que empiezan: cambien de oficio, que todavía están a tiempo, porque esto es un desastre. Y el libro entero, con las novelas y todo, se va a morir a morir si no es que ya está muerto.

 

SS: En Los días azules (1985) ya aparecen mencionados José Asunción Silva, José Rufino Cuervo y Barba Jacob, los tres colombianos sobre los cuales usted escribió biografías. ¿Desde un principio tuvo la intención de narrar la vida de estos compatriotas? ¿Hubo algún otro autor sobre el que hubiera querido escribir —pienso, por ejemplo, en José María Vargas Vila— pero finalmente no lo hizo?

 

FV: Nunca pensé que pudiera llegar a saber mucho de ellos. Pero pude (porque querer es poder) y terminé agarrando sus fantasmas por la cola aunque en el proceso se me iban deshaciendo en jirones brumosos. En cuanto a José María Vargas Vila, quien fue muy famoso en varios países de Hispanoamérica, no había forma de seguirle la pista, así que se quedó desbiografiado, y para colmo de males murió en la inopia. ¡Pobre José María Vargas Vila! Ni siquiera lo excomulgó la Iglesia. ¡Cómo no lo voy a querer, si a mí tampoco me excomulga! En el Vaticano se niegan. Dicen que soy un arribista y que lo único que quiero es hacerme más famoso que la niña sueca Greta Thunberg. Esa niña ya creció, y a mi modo de ver es una mujer malcogida. Por eso se monta en barquitos por el proceloso Mediterráneo, para llevarles a los pobres palestinos de Gaza a quienes sigue masacrando el genocida Netanyahu, cuatro papas y dos yucas.

 

SS: Sin embargo, sus biografías no se sostienen únicamente en el afecto o la admiración. En Almas en pena, chapolas negras, por ejemplo, usted escribe sobre José Asunción Silva con una voz atravesada por la furia, el insulto y una intensa carga emocional. Más que reconstruir una vida, el libro escenifica una pasión: usted exalta a Silva no desde la veneración, sino desde el enfrentamiento. Más allá de sus elogios usted destaca una suerte de obsesión del poeta por deber dinero: "¡Qué gran deudor que fue Silva! Nos enseñan a los niños en primaria que fue el precursor del modernismo. Sí, y de la deuda latinoamericana también. ¿Santo Silva? ¡Santos a los que él santificó!" ¿Cree que la furia puede ser una forma legítima —o incluso privilegiada— de amar a un autor? ¿Que la emoción negativa —el insulto, la rabia, incluso el desprecio— puede ser la forma más honesta de rendir homenaje a un muerto?

 

FV: Sí creo. El insulto, la rabia y el desprecio son mis formas de querer, por ejemplo, a Dios. ¡Qué Ser tan Malo!

 

SS: Su obra se caracteriza por una notable corrección gramatical con una sorprendente incorrección política. El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, en su artículo La mierda y la gramática, llega a decir que "la mejor prueba de que en Colombia no se lee es que Vallejo no haya sido abaleado todavía". Considerando lo polémico de sus declaraciones y escritos, ¿ha vivido episodios de censura, cancelación o reacciones particularmente hostiles? Sólo conozco el incidente en Ámsterdam en el año 2000, donde parte del público abandonó la sala y algunos asistentes arrojaron con furia los audífonos de traducción. ¿Ha habido otros momentos así?

 

FV: Ninguno más. Eso que dices fue cuando me pronuncié, para conmemorar el año 2000, un discurso contra Cristo en el país de Erasmo el tolerante, donde creía que no me podían matar. Poco faltó. Piensa en esto: van transcurridos dos milenios y de los ocho mil millones de la población del mundo solo dos mil millones, sumando a los católicos, a los protestantes y a los ortodoxos, son cristianos. ¿Cuántos milenios más se van a necesitar para redimir a los seis mil millones restantes y a sus hijos y bisnietos y tataranietos, etcétera? El Padre Eterno hizo muy mal en mandar al planetoide Tierra a su Hijo Único Jesús a que los judíos se lo colgaran de dos palos. La redención del buen Cristo sirvió para un carajo.


 

SS: En 2009, al publicar su novela Caín, José Saramago fue consultado sobre las polémicas que había suscitado el libro. Respondió que en España no habría escándalo porque allí acababa de aparecer La puta de Babilonia, y añadió que, si él hubiera escrito algo así en Portugal, lo habrían colgado de un poste en plena avenida. ¿Fue complicado el proceso de publicación de su diatriba contra el Cristianismo? ¿Le trajo repercusiones negativas en lo personal o profesional? Y hoy, casi veinte años después, ¿cree que un libro así podría publicarse sin inconvenientes en el clima editorial actual?

 

FV: Ninguna repercusión negativa en ningún ámbito. El planeta se está volviendo ateo. Pero ya es tarde. Tras los desastres demográfico y ecológico va hacia la guerra nuclear, toda una fiesta de fuegos de artificio. Y muerto el perro se acabó la rabia.

 

SS: Usted tuvo seis hermanos, no obstante, en sus textos juega con el número y en la medida en que se pronuncia contra la natalidad menciona que su madre tuvo entre veinte y treinta hijos. Dos de sus hermanos han sido protagonistas en sus novelas: Darío en El desbarrancadero y Carlos en Mi hermano el alcalde. Ha señalado que su hermano Aníbal, presidente de la Sociedad Protectora de Animales de Medellín durante más de tres décadas, merece ser el protagonista de otra de sus novelas. ¿Ha considerado efectivamente escribir una obra centrada en Aníbal? ¿Qué aspectos de su historia le resultan más literarios o inspiradores?

 

FV: Me asombra tu perspicacia al hacerme esa pregunta. Sí, traté de escribir la historia de mi hermano Aníbal y de su esposa Norelia en la Sociedad Protectora de Animales de Medellín, que ellos sacaron a flote durante 30 años, pero no pude porque siempre escribo en primera persona y habría tenido que hacerlo como si yo fuera mi hermano, el segundo de los 20 o 30 que tuve. Mi mamá era una paridora desatada. ¡Qué mujer! 

 

SS: La figura del psiquiatra aparece ya en sus primeras novelas, aunque allí se lo designa simplemente como "el doctor". Más adelante, ese personaje parece tomar forma en Arnaldo Flores Tapia, quien aparece, por ejemplo, en Entre fantasmas, Casablanca la bella y ¡Llegaron!. En 2005, usted publicó en la revista El Malpensante un texto titulado Memorias del doctor Flores Tapia, presentado como un «fragmento del primer capítulo de la última novela del célebre escritor colombiano». Sin embargo, esa novela nunca llegó a publicarse. ¿Qué pasó con ese proyecto? ¿Decidió abandonarlo, o aún lo conserva en algún cajón?

 

FV: Nunca guardo nada. Me equivoqué al no continuarlo. El doctor Flores Tapia era un psicoanalista degenerado que tenía todos los vicios de sus pacientes. De haberlo acabado y publicado hoy yo sería un multimillonario. Mi obsesión por la verdad acabó con mi carrera. Soy un fracasado.

SS: En ¡Llegaron! (2015) usted regresa a un tiempo mítico de su vida: la infancia. Lo llamativo es que en esta novela reaparecen muchos episodios ya narrados en Los días azules, su primera novela publicada treinta años antes. ¿Se trata de una reescritura que busca resignificar aquellos recuerdos a la luz del tiempo transcurrido y la experiencia acumulada? ¿O fue más bien el deseo de revisitar esa etapa desde otra perspectiva, con una nueva conciencia de su propia trayectoria literaria y vital? ¿Qué lo llevó, en definitiva, a volver a escribir su infancia?

 

FV: Me vuelve a asombrar tu perspicacia. Cuando escribí ¡Llegaron! ya había olvidado Los días azules. Hoy los tengo olvidados a ambos. Alzheimer está empeñado en borrarme mis dos memorias, la inmediata y la lejana. “Borra, borra, borra, Alois, que tengo mucha basura acumulada en la cabeza. ¡Qué error vivir tanto!”

 

SS: La libreta de los muertos es un elemento característico de sus últimas novelas y —según tengo entendido— también de su vida personal. En ella, usted (o su narrador) anota únicamente a quienes ha visto al menos una vez en persona y que ya han muerto. Por eso, a pesar de haber hablado por teléfono con Guillermo Cabrera Infante, su nombre no figura en la lista: nunca llegó a verlo con sus propios ojos. Con las nuevas tecnologías, ¿cree que un encuentro por Zoom bastaría hoy para habilitar la entrada de alguien en esa libreta? ¿O la presencia física sigue siendo una condición insustituible? Y, si se puede saber, ¿cuántos nombres figuran ya en esa lista?

 

FV: Voy como por el 2500, vistos en persona y constatadamente muertos. A mi Señora Muerte no le trampeo.

 

SS: Si la libreta de los muertos solo incluye a quienes usted ha visto en vida, y si usted mismo es quien la escribe, aparece entonces una paradoja digna de Bertrand Russell: ¿podrá su propio nombre figurar algún día en esa libreta? ¿Habrá alguien más encargado de cerrarla?

 

FV: Ya me puse en ella, pero en letras rojas. Estoy más muerto que Rulfo, el de Pedro Páramo.

 

SS: Memorias de un hijueputa (2019), una de sus novelas más recientes, parece inscribirse en un subgénero emblemático de la literatura latinoamericana: la novela del dictador. ¿Qué lo impulsó a escribir una obra en ese registro? ¿Quiso continuar —o acaso corregir— esa tradición cultivada por Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa?

 

FV: Te faltó el primero, Valle Inclán, el de Tirano Banderas. Valle Inclán pretendió escribir en panhispánico, en un idioma hecho de una mezcla de los de la veintena de países que España colonizó, sin conocer el lenguaje de uno solo de ellos tan siquiera, o de sus múltiples regiones. La novela del dictador latinoamericano, el subgénero que él inauguró, lo considero un fracaso, empezando por su novela y terminando por la mía que citas. Voy como el cangrejo, andando para atrás.

 

SS: Aunque su obra se distingue por una prosa de altísima belleza literaria, no han faltado ocasiones en que su voz ha irrumpido con fuerza en el terreno político. Basta recordar su discurso en la Feria Internacional del Libro de Bogotá en 2014, donde arremetió contra la clase dirigente colombiana y llamó a votar en blanco en las elecciones presidenciales de ese año. También resulta elocuente que haya donado el dinero de varios premios literarios a organizaciones que protegen a los animales, gesto que evidencia un compromiso ético concreto, en aparente contraste con la virulencia de sus ficciones. Su última novela hasta la fecha, La conjura contra Porky (2023), se inscribe abiertamente en la sátira política. ¿Hasta qué punto considera que su obra es política? ¿Cómo dialogan, en su caso, la literatura y la acción política?

 

FV: Yo escribo por joder, por molestar, por desocupado, y por ninguna razón más. No creo en nada ni en nadie ni espero nada, salvo la Muerte.

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Revista "Barro", Uruguay

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