top of page

Sobre "Yo, Piria",
de Marcia Collazo, Ediciones de la Banda Oriental.

Por Rodrigo Luaces

Innecesario (parte 1)

     Veo a través del parabrisas agrandarse los cerros colosales, metafísicos. Es temprano y una ligera bruma desciende por sus rocas y peñascos, sobre los que aparecen erizados arbustos. Acá y allá, lamentablemente, sobre la maleza, se imponen unos carteles con anuncios que obstaculizan la visión del paisaje, con ofertas de embutidos o cortá con tanta dulzura. Miro mis dedos mientras juego con una miga azucarada de bizcocho, que aprieto ferozmente, con saña, hasta que se convierte en polvillo en el aire, dejándome con una fina capa de azúcar en las yemas. Termino de tragar el bizcocho y sin pensarlo le comento a L., mi amigo, el conductor: 

     —¿Sabías que Piria se escolarizó en Génova, y cuando volvió de adolescente a buscar la herencia de sus padres, fallecidos, se encontró con la casa vacía, sin nada?-—.

     —...—.

     —No sé si crear un balneario, una polis propia, no es una forma de recuperar su hogar perdido de la infancia—. 

Todo salió como un speech, como si lo hubiera preparado en el fondo de mi pensamiento hacía horas, un discurso que fue armándose en imágenes/íconos/palabras desde que dejamos Portones rumbo a Piriápolis.

     —Puede ser. A ver. Todos buscamos un hogar— comentó L., sin quitar la mirada de la ruta. 

     Fueron las suyas palabras extremadamente simples y, al mismo tiempo, profundas, alcanzaban esa densidad de pensamiento a la que yo llego con muchísimo esfuerzo (si llego). L. lo simplifica todo. Me dio por contarle más de la historia, lo que había leído.

     —El tipo empezó trabajando como lustrabotas, después puso una tienda de cachivaches en el Mercado Viejo, en la Ciudadela… siguió con el remate de terrenos y hasta creó el pueblo Joaquín Suárez. Era un animal para las ventas. Publicaba anuncios bombásticos en los diarios—. 

     —¿Bombásticos?—, cuestionó. 

     —Sí, así los llamaba…—. 

     Mientras conversaba, empezaron a subir recuerdos de mi pasado como vendedor ambulante (ya no recuerdo de qué o no quiero recordar); recorría barrios enteros, día y noche, para volverme con las carpetas sin firmar, una coca de 300 ml. y una buena dosis de nicotina en los pulmones. L., por su lado, empezó a hablar sobre técnicas de venta —se ve que en él, de espíritu comerciante, también se habían despertado recuerdos, asociaciones—, aludía a ciertos métodos que había aprendido en la universidad. De cómo tuvo que pasar un verano entero “metiéndole” al estudio en su casa de Piriápolis.

     L. conoce de palmo a palmo el balneario. Todos los veranos desde que tiene uso de razón pasa en su casa del puerto, adyacente al abandonado y misterioso hotel Suizo. Me cuenta historias de su familia, de un bisabuelo picapedrero, adusto y compadrón, que trabajó para Piria y a cambio obtuvo un terreno, donde ahora está construida su casa de verano. Me dio por mostrarle el libro que había motivado mis reflexiones.

     —Tal vez se mencione a tu bisabuelo, quien sabe—.

     Le comento un poco de qué trata y le digo que será mi lectura de estos días que pasaremos en su casa con unos amigos, en ese terreno del bisabuelo Ruben. 

     —Parece que Piria era un pensador social— Le comenté.

     Me miró curioso, no entendía. Hizo una maniobra brusca para esquivar la banquina. Ya estábamos por llegar a la curva de Solís y su pregunta quedó suspendida en el aire: 

     —¿Piria, pensador social?—. 

 ***

Introducción

     Toda historia de vida es un relato que circula en —y alrededor de— nosotros, se lee o se escucha, y se repite con mayor o menor grado de fidelidad. Confieso que nunca, en ningún momento, antes de leer Yo, Piria, había considerado a Francisco Piria como “un pensador social”. Ni lo escuché, ni lo leí, ni lo intuí. L., como se vio, tampoco. Es otro hilo suelto, oculto, en la vida del enigmático rematador y empresario. Y es el hilo que Marcia Collazo busca hilvanar en la respuesta a quién fue Francisco Piria. 

     Desde el preámbulo, la intención de Marcia Collazo es clara: mostrar que detrás de todo el oro que lo rodea puede haber un Piria pensador. Para ello crea una ficción histórica. Vittorio Malatesta, personaje ficticio y narrador, escribe desde la memoria sus recuerdos con su amigo Francisco Piria. Se conocieron en Italia, a fines de la década de 1850, en un colegio Jesuita en Génova, adonde Piria había sido enviado por sus padres. Los dos se embarcaron rumbo a Montevideo en 1860. Piria esperaba encontrarse con la herencia de sus progenitores; Vittorio escapaba de la 2da Guerra de Independencia italiana. 

Dialéctica

    Vittorio Malatesta quiere “hacer justicia” y contar su verdad sobre Piria: “es la imagen de esa riqueza y de esa vida, más parecida a la de un mago celta, que a la de un respetable millonario de frac, la que sube a mis dientes y a mis ojos cuando lo evoco, y ha llegado mi turno de contarla” (Collazo, 2024: 39). Malatesta y Piria se construyen en oposición, dialécticamente, sus vidas parten del mismo lugar (Italia, barco a Montevideo) pero toman carriles paralelos y opuestos. Uno, emprendedor, es la viva imagen del Self-made man; el otro, anarquista, sueña con la liberación del hombre. La dialéctica se da fundamentalmente a partir del Vittorio lector de Piria: Impresiones de un viajero en un país de llorones (1880), Mr. Henry Patrick en busca del pueblo oriental (1882), Un pueblo que ríe (1885), El socialismo triunfante. Lo que será mi país dentro de doscientos años (1898), Única manera de hacer fortuna (1906), son algunos de los títulos. Malatesta puede pensarse como el lector que Piria nunca tuvo. Lee obsesivamente: en soledad, en cafés (como el Polo Bamba de Severino San Román), le lee a otros, comenta los textos, los subraya, los conserva. Incluso le lee al propio Piria cuando va a visitarlo al Argentino hotel, y le cita un pasaje de Un pueblo que ríe, que “casualmente” llevaba consigo: “saqué un montón de hojas manoseadas, subrayadas a lápiz y llenas de boletos de tranvía a modo de marcadores, y abrí la primera página” (Collazo, 2024: 370). Malatesta busca apropiarse de las ideas de Piria para una buena causa, dado que, más allá de todo, Piria es un “pensador social”, y eso puede emularse en favor de los trabajadores. De ahí la obsesión con los textos del empresario. No obstante, la esposa de Vittorio, Prudencia, procura asegurarse otro tipo de propiedad, material, y sin decirle le compra un terreno a Piria en 1880, en el que viven con su hija Isaura —de muerte temprana y espectro con el que dialoga Vittorio a lo largo de la historia—. La apropiación de ideas o de terreno es otro elemento constitutivo de la dialéctica. 

     Ahora bien, toda dialéctica, la oposición entre tesis (Piria empresario, emprendedor, etc.) y antítesis (Piria como “pensador social”) pide una resolución. En forma subterránea, a lo largo de la novela, corre el deseo de Vittorio de que esta resolución se concrete. Por momentos, se manifiestan señales de ese deseo. En 1927, ya construido el Argentino Hotel, Vittorio le lee al espectro de su hija Isaura la publicación Piria se defiende contra los que le quieren hacer daño. Cuando termina la lectura, “por un momento de distracción” casi la coloca en su biblioteca junto a un libro de Proudhon. “Isaura, que se da cuenta, lanza una exclamación ahogada desde lo alto de la lámpara”, y Vittorio deja “entonces la obra sobre el aparato de radio” (Ibíd. 333). En este acto inconsciente, que es corregido por su hija, se cifra el deseo de Vittorio, esto es, que Piria pueda convivir en el estante con autores anarquistas, que se lo considere un “pensador social”. Ese deseo no puede satisfacerse si no se emulan y/o aplican las ideas de Piria en “una buena causa” y, así, llegar a la síntesis. Vittorio debería poder apropiarse del pensamiento de Piria, transformarse y, al mismo tiempo, transformar la realidad, la historia. El problema es que Vittorio no enloquece lo suficiente, no se transforma y no cambia la historia tras la dialéctica. Se queda solo con el terreno que su mujer, Prudencia, le compró a escondidas a la esposa de Piria, Magadalena, en una transacción que será de “mujer a mujer”, según le confiesa el espectro de su hija Isaura. La dialéctica no se resuelve, Vittorio no logra apropiarse de las ideas, sino del terreno, de lo material. No se llega a una síntesis que permita cambiar el relato sobre Piria.

    La historia termina, naturalmente, con la muerte de Piria, en agosto de 1933. Y esa muerte silencia a las voces de esta novela polifónica, como Isaura: “Era como si Francisco, al morirse, se la hubiera llevado, de algún modo” (402). Sobre el final, en la soledad de su hogar Vittorio quiere superar el insomnio y decide tomar algún número de los periódicos anarquistas El Hombre o Despertar, pero…

     de pronto una ráfaga de viento abrió de par en par las puertas de la galería, entró en la sala con un aullido largo, y derribó el retrato de Francisco, que yacía como siempre sobre el mueble, entre la alcancía y la postal de Niza. Lo vi caer al suelo, y quebrarse el cristal de parte a parte. El marco de plata se desprendió de su contracara de madera, y al acudir a enmendar el desastre mis ojos se toparon con cierto papel, doblado con esmero, que había quedado oculto bajo la imagen de mi amigo (Ibíd. 402).

     Detrás del lustrabotas, detrás del vendedor de cachivaches, del rematador de terrenos, del creador de barrios, del alquimista, del empresario, detrás, en definitiva, del portarretrato del self-made man, lo que hay es una escritura de propiedad, no hay un “pensador social”, más allá de que el propio Vittorio neuróticamente se obsesione y quiera convencerse de ello. 

Costumbrismo

     Escrito lo anterior, nos parece que Vittorio se acerca más a un cronista de la vida de Piria. Desde su óptica conocemos a Piria como lustrabotas, su vínculo con los demás en tabernas, sus ventas en el Mercado Viejo y los anuncios “bombásticos”, presenciamos sus remates, el deslumbramiento que le provocó Maldonado y la creación del balneario, su propia polis. A nuestro modo de ver, la representación de una época, con pinceladas costumbristas, es la mayor fortaleza del texto, deudor de la tradición forjada por Isidoro de María o Sansón Carrasco. En el prólogo a Amores Cimarrones. Las mujeres de Artigas (2011), Heber Raviolo había reparado en un posible modelo para la escritura de Marcia Collazo, “completamente original, modelo que nos imaginamos, más que consciente, fruto de impregnación inconsciente. Estamos pensando en el ‘Montevideo antiguo’ de Isidoro de María” (Raviolo, 2015: 8-9). Otro tanto puede decirse de Yo, Piria, en relación con las crónicas de Sansón Carrasco o el Licenciado Peralta, que incluso aparecen en epígrafes y por momentos se adhieren a la propia narración de Malatesta. Esto sucede, por ejemplo, cuando el anarquista describe a Antonio Lucango Cabanga, conocido como el corneta Sayago (Collazo, 2024: 99), o a los niños en el patio de “El Nacional” (Ibíd. 217), ambas estampas escritas por Sansón Carrasco, pseudónimo de Daniel Muñoz. 

Algunos episodios se pintan con mucha elegancia y uno se siente transportado como por un túnel hacia los remates de Escardó en el barrio Atahualpa o presencia el histrionismo del Piria vendedor en el Mercado Viejo. Las estampas costumbristas, la lectura de diarios de la época por parte de los personajes y las múltiples referencias al relato histórico dejan ver el minucioso trabajo de archivo que la autora hizo para construir su ficción. A modo de ejemplo, en una taberna, que funciona como centro de reunión y de intercambio, un siciliano extrae un ejemplar del Jornal do Commercio, de Rio de Janeiro, viejo de dos años , en el que se dice que Uruguay debe volver al “gremio de la familia brasileña”(Collazo, 2024: 84). El pasaje no solo recrea una época en la que los cafés eran espacios de reunión, sino también muestra los tiempos de circulación y lectura de diarios. Las sucesivas recreaciones de ambiente tienen su mejor momento cuando Vittorio asiste a la inauguración del Argentino Hotel, en 1903, y, antes de conversar con Piria, realiza un recorrido por esa “sucursal del Olimpo” (Collazo, 2024: 351). Los empleados le muestran a Vittorio los artefactos, las máquinas, la vajilla, y la variedad de personal encargado de las tareas (chef de cuisine, garde manager, entremetier, sausier, boucher, plonguer). Vittorio repara, sobre todo, en la fuerza de producción que implica el ostentoso Argentino Hotel.

 

Conclusión

     En suma, por un lado, Vittorio no parece adquirir fuerza suficiente como personaje autónomo para cambiar el relato histórico sobre Piria, no logra emular las ideas para una buena causa. Por otro lado, el texto logra transmitir un aire de época, gracias a una sutil articulación del trabajo de archivo con las variaciones imaginativas de la ficción. Sin dudas, la novela es una puerta de entrada al mundo de Francisco Piria, ese enigmático personaje que tal vez creó su balneario para (re)construir el hogar perdido de su infancia.

 

***

Innecesario (parte 2)

     Volvemos con L., cansados, bronceados, sudorosos (no tiene aire acondicionado en el auto). Le da por preguntarme acerca del libro. 

     —¿Y? ¿Se menciona a mi bisabuelo Ruben en el libro que leíste?—.

     Le digo que no, pero sí que se comenta una huelga que hubo de los trabajadores de Piriápolis en 1916, en la que, quizás, había participado su bisabuelo. Saco el libro  y le leo el pasaje, en el que Vittorio le cita a sus amigos anarquistas una nota del períodico El Hombre

     —“Los obreros que trabajan en la localidad de Piriápolis, propiedad del literato y explotador Francisco Piria, se han levantado en huelga a causa de los miserables salarios que perciben y de los malos tratos a que están sujetos por los canallas del referido lugar de turismo”—. 

     L. recordaba alguna historia de su familia al respecto, y cómo todo se había solucionado con la entrega de terrenos. Uno de los favorecidos había sido, justamente, Ruben.

     —¿Y eso de que era un ‘pensador social’...?—.

     La pregunta de L. me sorprendió, no pensé que fuera a recordar tanto aquella conversación cuando íbamos rumbo a su casa, hacía ya más de una semana. No supe qué responderle. Dudé, tardé, recordé toda la lectura. Me venían imágenes de Piria en su casa desvalijada, lustrando botas, sus anuncios en los diarios, el nombre de sus publicaciones, la fascinación con Piriápolis, la pompa del Argentino hotel, y en ningún lugar aparecía Piria como pensador.

     —Me parece que quedó en un deseo del personaje—, largué.

     L. no me respondió. Miró al frente, la ruta, muy calmado, y pude ver sus pestañas moverse debajo de los lentes Ray Ban oscuros. Como afirmándose a sí mismo una idea, un pensamiento.

Bibliografía:

Collazo, Marcia (2024). Yo, Piria. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.

Raviolo, Heber (2015). “A manera de presentación”, prólogo a Amores cimarrones. Las mujeres de Artigas. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.

Ricoeur, Paul (1999). Historia y narratividad. Trad. Gabriel Aranzueque Sahuquillo. Barcelona: Paidós.

Este trabajo profundiza algunas reflexiones que hice en la columna "Ágora crítica" del programa radial "La máquina de pensar". Puede escucharse aquí:  https://mediospublicos.uy/yo-piria-de-marcia-collazo/. 

Teléfono

(+598)98-888-452

Revista "Barro", Uruguay

E-mail

Conectemos

  • LinkedIn
  • Instagram

2025. Todos los derechos reservados

bottom of page