Anónimos
Por Nacho Gomes
Ven, ángel de la ciudad
Te quiero de verdad
No me importa
La máscara que pintes en tu cara (...)
Angel de la ciudad (2003). Gustavo Pena
Hay fantasmas, sombras chinas, alegorías invisibles de mi Montevideo Gris. Son Ángeles de la ciudad, como cantaba el Príncipe en su decir trascendental. Se los puede ver cautivos del ostracismo, haciendo poco ruido y muchas nueces por fuera y por dentro de la cadena de mando, de la cadena carnívora y voraz que los catapulta a la marquesina del vacío. Desde la periferia andan forjando el mundo, lo contornean, lo achatan, lo militan, lo elevan, lo profanan, lo rompen, lo curan, lo pintan, lo gritan, lo enmudecen. Y aunque no los veamos, siempre están, como prolongaciones intangibles de nuestra existencia malherida; la artesanía, la poética, el trabajo, la rueda gigante, la fábrica, la plaza pública, el excedente, la plusvalía, el capital, el anecdotario y el bar viajan todos juntos en este tren conducido por el extraño de mil cabezas, un mero desconocido con pena pero sin gloria.
Otros sucesos también emanan del taciturno número sin cara. Brota desde aquella silueta no identificada el bastardeado oficio del literato junta puchos que teoriza, sueña, cavila, moldea con arbitrariedad supina, mientras sucumbe ante lo poco utilitario y se pregunta cuántos Gustavo Pena, con sus papeles al viento, estarán deambulando ahora mismo por la abigarrada extensión metropolitana , inmersos en el caos del silencio interior, con los pensamientos bravíos queriendo huir hacia otras mentes, con la sensibilidad de cristal haciendo equilibrio entre la vida y la muerte, buceando en la nebulosa autodidacta del musiquero sin techo, del guitarrero que trepa al bondi hurgando sueños donde solo hay pesadillas adustas que bajan la mirada, sin aplausos para regalar. Pesadillas también anónimas para quienes la construcción y la destrucción son iguales, con sus respectivos lastres a cuestas, comidas por el diario vivir, desintegradas en la oda al automatismo, evaporándose como partículas cansinas en la inmensidad del cosmos, bendecidas por vírgenes y santos del monoteísmo mercantil.
